El pasado fin de semana estuve asistiendo a un congreso en donde
presentaba una comunicación sobre el Palacio de Bertemati. Un análisis
iconológico de sus fachadas y patio. El Congreso, mejor dicho Simposio,
organizado por una asociación de jóvenes investigadores estaba perfectamente
organizado, y contaba con la asistencia de los mejores especialistas en Barroco
de toda Andalucía. Los comunicantes procedían de toda España, Portugal e
Iberoamérica. Todo perfectamente organizado. Ni un fallo.
Pero reconozco que me estoy haciendo mayor, aunque me cueste reconocerlo
y me sienta eternamente joven. Y no es que la gran mayoría de los comunicantes
fueran muy jóvenes, chicos y chicas con la carrera recién terminada, que
presentaban, ilusionados, su comunicación, aunque también los había mayores,
como yo. Si digo que me sentí mayor, fue por la mentalidad que se deja
traslucir en este tipo de congresos, motivada por el concepto que rige en
nuestras universidades, en nuestro sistema educativo y científico. La mayor
parte de los comunicantes, no digo asistentes, eran jóvenes investigadores,
ligados a una determinada cátedra, que están elaborando su tesis doctoral, (habría
mucho que hablar de esto) y que su director les exige, el sistema les exige,
algún tipo de publicación de carácter científico. Se elabora un pequeño trabajo
de investigación, realizado para la ocasión, que puede que ni siquiera tenga
nada que ver con la línea de investigación que se está siguiendo, pero que va a
proporcionar el efecto deseado: puntos y publicación para el currículum.
Digo que me sentí mayor porque estos jóvenes han perdido, al menos en
apariencia, el sentido crítico de la investigación y el afán de saber y
conocimiento. Leen su comunicación y, directamente se van. Las salas de
comunicaciones están vacías. Y sobre todo, el tiempo y la organización están
tan ajustados, que no hay margen para el debate, para las preguntas, para las
dudas. Un congreso, un simposio de este tipo debería servir, (ya se que soy un
romántico y un utópico) para intercambiar ideas, opiniones, metodologías,
propuestas, y tan sólo se ha convertido en un mero trámite, necesario, para la
obtención de unos puntos con que engrosar el maldito currículum.
En este momento, publicar se ha convertido en algo menos que utópico en
ciertas disciplinas, como es la Historia del Arte, y estos congresos se han
convertido en una auténtica válvula de escape para los jóvenes investigadores
que se están haciendo un futuro universitario, para lo cual es necesaria la
investigación. No estoy criticándolos, no a ellos y ellas. Estoy reflexionando
sobre el mundo universitario, el cual el sistema lo ha dejado convertido en un
simple recuento de puntos.
Mirando el cuadro de Rembrandt, que hace referencia al carácter
melancólico, propio del estudioso, en el cual las escaleras de caracol sirven
de alegoría a la ascensión intelectual del estudioso, que sabe que nunca
llegará a alcanzar el conocimiento completo, pienso que estas mismas escaleras
son, únicamente los peldaños para alcanzar un puesto, que en los tiempos
aciagos que corren no es poco.
Me gustaría pensar que si en la Universidad se eliminara ese mal de
nuestro tiempo que es el currículum, tal como está concebido ahora, quedaría un
grupo, nutrido de jóvenes investigadores que seguiría luchando por saber y
conocer, que buscaría el conocimiento pleno, en la medida que es posible, y que
en esos tan necesarios congresos, se irían a buscar las ideas nuevas, las
aportaciones de otros jóvenes o viejos investigadores, que pudieran ampliar la
visón y que podrían contribuir a engrandecer la propia obra.
Hasta ese momento creo que voy a renunciar a asistir a este tipo de
congresos, al menos que me garantices que el debate está asegurado. Necesito
confrontar las ideas. Sólo así, con ese debate estará asegurado el rigor científico.