Antonio Aguayo afirmaba: “El problema es la mediocridad”. Juan Félix Bellido le daba toda la razón. “En esto tenemos matrícula de honor”, le respondía el numerario de la Real Academia de San Dionisio al maestro.
La conversación había tomado unos derroteros tan interesantes que la grabadora podría haber estado horas recogiendo ideas. Quizás pensar es mejor de lo que se piensa.
Las últimas frases mencionadas anteriormente recogían el hilo dejado por Bellido con estas palabras: “Nos han metido en la cabeza la imposibilidad de dialogar. Yo creo que la democracia es diálogo, tolerancia, no es intransigencia… La dificultad más grande que encuentro en esta ciudad es que no somos capaces de dialogar. Yo vuelvo a la época en la que mi padre y mi tío eran del Xerez y mi otro tío era del Industrial; no eran capaces de hablar de fútbol, acababan a tortas. He puesto un ejemplo lejano, pero en historia me encuentro con esto: no dialogamos si no eres de los míos. No somos capaces de convivir teniendo ideas diferentes y eso hace que el tejido social esté quebrado. A río revuelto…”.
Diálogo. Era precisamente lo que se buscaba desde este medio juntando a sus dos articulistas de pareceres diferentes en una mesa. Aguayo daba la clave de por qué se estaban entendiendo tan bien a pesar de todo: “Cuando tienes una inteligencia, una altura de miras, eres capaz de dialogar, de discutir y ser capaz incluso de que ten convenzan. Yo creo que dos personas pueden hablar, discutir y decir incluso: ‘Pues me has convencido’. Cuando lo que prima es la mediocridad, te mandan un sms por la mañana y te dicen: ‘Tienes que defender tal cosa’. Y tú vas a muerte. ¿Por qué? Porque no tienes capacidad de discernir”.
El que otrora fuera profesor de historia del Caballero Bonald toma todo el peso de la conversación hablando sobre los políticos: “Si te das cuenta, muchas veces tienen que llegar a un entendimiento porque es lo que se les ha pedido y, sin embargo, la mediocridad lo impide, porque tienes una mira a corto plazo: “Voy a conseguir esto y, si no, no juego”. En el renacimiento se hablaba de la áurea mediócritas. Esto era algo que enaltecía a la persona, porque no estabas ni en un extremo ni en otro. Pero aquí no tenemos el áurea mediócritas, aquí tenemos la mediocridad absoluta, que creo que es muy peligrosa. Y cuando no hay personas, hombres, mujeres, que sean capaces de dialogar, tenemos perdida la partida”.
Duras palabras, que, sin embargo, tenían una explicación: “El ciudadano mediocre no es que sea mediocre, es que lo han hecho así. Date cuenta que hay un potencial intelectual muy fuerte, pero te acostumbran a que no destaques, no pienses, no vayas en contra de ‘la seño’ porque te funde”.
Juan Félix Bellido recogía el testigo con una frase que le decía su padre: “Niño, no te señales”.
Finalizaba Aguayo este hilo, porque, aunque podría hacerlo, dice que él no sentencia: “Yo he sido profesor durante 33 años. Al chico o chica que destacaba sus compañeros lo fundían: el empollón, el no sé cuánto… ¿Qué hacía? Pues se retraía e intentaba sacar un cinco. Para no destacar y que no le echaran la bulla. Hemos caído en una sociedad terrible donde lo que no se prima es la brillantez”.
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