Adiós a la tontería

Ha tenido que ocurrir esto para que se acabe la tontería. Han tenido –y tienen– que seguir muriendo varios miles de personas para que nos demos cuenta de lo verdaderamente importante. Olvidémonos para siempre del trilerismo, la banalización y el populismo. Lástima, eso sí, del elevadísimo peaje que nos tocará pagar.

Todavía no hemos dicho adiós al maldito y asesino COVID-19, pero sí se lo podemos empezar a decir a otros tantos virus que venían dañando a nuestra sociedad, por suerte. Y es que hay que apreciar cualquier rayo de sol en esta tormenta: Los gastos superfluos en la Administración, por ejemplo, ya son cuestiones del pasado, pues, tal y como está la cosa, parece improbable que alguno de nuestros cargos electos vuelva a confirmar sin ruborizarse que su vergüenza es nula. Afortunadamente, la vida humana ha transitado al primer plano.

Las polémicas por los nombres de las calles, el uso del inútil lenguaje inclusivo, los esperpénticos informes “con perspectiva de género”, las propagandísticas exhumaciones, los escandalosos viajes en avión privado, los toboganes mortales, los cursillos adoctrinadores o las masivas manifestaciones para reclamar derechos existentes, se fueron para no volver. Lo mismo con las camisetas y chapas con mensaje en actos ceremoniales, llevar a bebés a un parlamento para victimizarse y emplear fórmulas grandilocuentes en las juras de los cargos. Los problemas existentes bastarán, no habrá que inventarse otros. Bye, bye a hacer política chiringuitera a costa de vendernos un futuro, pues ni siquiera puede uno imaginar el presente.

Los muertos se amontonan, de manera literal, hasta el punto de que han quedado reducidos a números. El abuelo, la madre, el hijo, el tío y la cuñada son ahora meros cadáveres, o puñados de cenizas, de los que es imposible despedirse de forma digna, y que sólo parecen contar para engrosar listas. Pero, aunque muchos no lo crean, la imagen de esas personas asfixiándose es algo que empieza a pesar en la conciencia de nuestros gobernantes, por muy homicidas que nos puedan parecer. En consecuencia, cuando esta crisis termine –si es que llegamos a verlo–, no podrán tomarnos el pelo. No porque no quieran, sino porque no podrán. El miedo, entonces sí, habrá cambiado de bando, y de un plumazo se llevará a la tontería.