Anomalías democráticas

«Cambio o desviación respecto de lo que es normal, regular, natural o previsible». Esta es la definición que aparece en el diccionario de la RAE del término anomalía, una palabra que se ha mentado mucho en las últimas semanas. Algunos profesionales de la política están dejando caer este comentario para hacer ver a los ciudadanos que estamos en un Estado con una democracia defectuosa. El argumento tras el enunciado es falaz ya que estos políticos hablan de presos políticos o de libertad de expresión cercenada —lo cual no es cierto—; aunque hay parte de razón en la aseveración porque en nuestro territorio tenemos una democracia mejorable, pero por otros motivos. 

La partidocracia creada tras la desaparición de Franco asentó a una élite política en el poder. Se diseñó una buena estrategia para que los ciudadanos pensaran que, por fin, el gobierno de la nación descansaría en la soberanía popular, residiría en ellos y con sus votos. Y ese mensaje caló entre la ciudadanía. Las elecciones recurrentes forman el que llaman «el juego de la democracia», en el cual participamos animosos pensando que, como ciudadanos, nuestro deber cívico es el de intervenir activamente; solo así podríamos reclamar el cumplimiento de las promesas y denunciar las mentiras, muy habituales en campaña. Nuestra democracia parlamentaria se encuentra en el puesto veintidós, según el último informe democracy index, que publica anualmente el diario The economist. Si hacemos caso a esta estadística, la calidad democrática de España habría caído seis puestos desde que asumieron el Gobierno los socialistas. Nuestro ejecutivo ha aumentado su opacidad con respecto a sus antecesores toreando la cacareada transparencia de la que presumían unos y otros antes de llegar al poder. No obstante, nuestro régimen es considerado por esta publicación como una democracia plena.

Hay quienes sostienen que en nuestro país vivimos una farsa, una suerte de ficción democrática que embauca al ciudadano. Quienes así piensan, hacen suyas las tesis del abogado y político granadino, fallecido hace apenas tres años, Antonio García Trevijano. Fue un activista antifranquista significado y definido por la University Press of America como una «figura destacada de la política española desde finales de los años sesenta y probablemente uno de los intelectuales más importantes del siglo XX en teoría política y estética», según recoge Wikipedia.

Este pensador se mostró contrario al diseño de la transición marcado por Franco con la designación de Juan Carlos de Borbón como rey y símbolo de la unidad de España; se opuso al sistema de partidos, que consideró una «oligarquía de partidos estatales» y tampoco apoyó la Constitución del 78 como ley de leyes. Presidió la asociación Movimiento de Ciudadanos hacia la República Constitucional, desde la que defendía un régimen basado en la democracia directa con ciudadanos verdaderamente implicados en la gobernanza y en cuyas elecciones se voten personas y no partidos. Su libro Teoría pura de la República es hoy referencia para quienes cuestionan nuestra democracia actual. Defendía una separación de poderes real, y no la que hoy "disfrutamos" en la que el Gobierno de los Jueces sigue siendo manoseado por los políticos, o con una televisión pública tendenciosa al dictado del poder. 

Aprovechando la efeméride del 23-F, conocer las ideas de García Trevijano —un gran desconocido para la inmensa mayoría de los ciudadanos— puede que sea esclarecedor, aunque se disienta de ellas. Que nuestro sistema político y de gobierno dista mucho de ser ideal es irrebatible. La corrupción política se ve favorecida por el sistema de partidos, y la élite política se disputa el poder protagonizando teatrillos en las cámaras de representación para ganarse el favor de la gente apelando a las emociones y no a la razón. A pesar del desánimo que supone observar el día a día, tengo la firme convicción de que las cosas cambiarán y de que la Democracia imperfecta que tenemos hoy, en un futuro, será mejor.