Las crisis, como las tragedias, siempre pueden convertirse en oportunidades. Solo hay que saber aprovechar el momento, estar en el sitio justo, en el minuto preciso para sacar tajada de la situación. No vale todo el mundo para ello. Hay que ser avispado y reaccionar ágilmente ante la coyuntura sobrevenida. Puede ser legítimo, sin duda. Tal vez la ética salga lastimada del envite, pero qué más da. Se trata de rendimiento, de rentabilidad, de beneficio, de aprovechar la oportunidad que se ha aparecido lista para ser explotada por una mente despierta.
Con la malhadada pandemia, que nos asola desde hace ya demasiado tiempo, hemos visto cómo algunos se han lanzado al negocio sanitario, ya sea con las mascarillas, las jeringuillas, los test de antígenos, los geles hidroalcohólicos, los aparatos de regeneración y limpieza de aire o las mamparas separa-ambientes. Hay empresas que ya tenían su actividad en el sector a las que les ha caído el gordo con el COVID, así que nada que objetar sobre el crecimiento de su negocio. Pero también hay quienes han sido hábiles y rápidos de reacción y se han subido a la ola pandémica; esos, bien pueden ser contertulios mediáticos, periodistas supuestamente especializados o expertos sanitarios. Entre la ristra de estos últimos hay varios que se han convertido en seres catódicos omnipresentes. Se han hecho populares y notorios gracias al altavoz de los medios de comunicación masivos. Tenemos a una tal Margarita del Val, viróloga del Centro Superior de Investigaciones Científicas, que hace un año alertaba de un incremento importante de muertes si no había restricciones de movilidad; una alarma que compartía otro mediático señor, Daniel Sánchez Acuña, un exdirectivo de la Organización Mundial de la Salud y que ha sido como un oráculo en numerosos canales.
La lista de expertos, virólogos, epidemiólogos, biólogos… que han desfilado y siguen mostrándose en los medios de comunicación es larga. Todos, sin excepción, a priori cuentan con el crédito que les concede su profesión, así que la audiencia, el ciudadano, les otorga credibilidad siempre que uno de ellos alza la voz y previene del apocalipsis. Tanto lo mencionan que algún día llegará y nos iremos todos a tomar viento.
Entre las nuevas estrellas mediáticas se cuenta uno que, inicialmente, gozó de mi simpatía. Es un buen comunicador y de eso se dieron cuenta de inmediato en los medios. Su charla es entretenida y cercana, por eso César Carballo —urgenciólogo en un hospital de Madrid— se ha convertido en un experto "básico" hablando «desde la trinchera», como él siempre subraya. Desde el principio de la crisis ha narrado su "lucha" contra el virus, una guerra a la que se enfrentaban casi sin armas. El lenguaje bélico también es un básico en la verborrea de Carballo; es un vocabulario que funciona bien. También lo utiliza el insigne presidente Sánchez en cuanto tiene ocasión.
El doctor Carballo se erigió como experto en virus siendo médico de urgencias. Pues vale. Carballo ha hablado de qué se tenía que hacer y de cómo hacerlo. Sus alarmas eran constantes. Su apelación al peligro inminente, continua. Tanto miedo insuflaba que en casa le llegamos a llamar como chanza doctor confinamiento porque siempre estaba a vueltas con el encierro de la gente, la medida más efectiva en su informada opinión, al parecer. Otros lo han adjetivado como doctor miedo.
El doctor Carballo ha escrito, —¡qué sorpresa!— un libro que ha titulado con su frase fetiche. Ahora lo promociona, una semana sí y otra también, en el programa de su ya amigo y casi descubridor Íker Jimenez, el misterioso. Carballo también ha parido un artilugio para beber evitando que nuestros labios rocen el borde de un vaso y corran peligro de contagiarse. Ha creado una empresa para vender su invención y ha felicitado el año brindando con el plastiquito, lo que le ha granjeado mofas y burlas en redes sociales.
Hay epidemiólogos que consideran catastrofista y sesgada su visión de la pandemia. Yo añadiría que interesada. Interesada al cubo. El doctor Carballo rechazó, en marzo de 2020, una entrevista con un programa llamado 'La Sexta columna'; sin embargo, aceptó acudir a 'La Sexta Noche', programa que se emite los sábados y al que está abonado desde entonces. En 'La Sexta columna' no pagan a los invitados; en el programa del sábado, entre 400 y 600 euros por emisión. Nada más que añadir, señoría. Saque usted mismo su conclusión sobre el aprovechamiento de la crisis de este médico al que, supongo, le encantaría que la pandemia durara como mínimo otro par de años más. Aquí, más información sobre el personaje en cuestión.
Nadie puede negar la existencia de un virus cochambroso que ha descuajaringado a la población mundial y ha causado la muerte de decenas de miles de personas, pero el miedo es un virus posiblemente más peligroso que el puñetero COVID. El miedo y la estupidez hacen mala combinación. Y ahora mismo estamos sumando ambos factores a la ecuación. Apliquemos sentido común, contrastemos todo lo que podamos la información que nos desborda a menudo y evitemos dejarnos arrastrar por quienes aprovechan el desconcierto para su beneficio particular.
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