No hay semana en la que nuestros ínclitos servidores públicos no demuestren lo bien preparados que están para llevar las riendas de esta sociedad tan moderna que disfrutamos. Bueno, políticos actuales y expolíticos, o expolíticas a las que les entra la morriña y desean volver al terreno de juego y ser de nuevo titulares en el equipo. Me estoy refiriendo en concreto a una señora llamada Macarena pero que no es de Sevilla, aunque se vistió de flamenca para vender su andalucismo de pega. Macarena Olona es abogada del estado, es decir, forma parte de un cuerpo de funcionarios, unos 650, que se encargan de asesorar, representar y defender jurídicamente al Estado.
En abril de 2019 se convirtió en diputada nacional de VOX y desde entonces comenzó a tomar protagonismo mediático por su oratoria. Su preponderancia en el hemiciclo, tal vez por un supuesto carisma, la convirtió en una figura capaz de arrastrar voluntades y votos. Eso fue lo que pensó la dirección del partido cuando la designó como cabeza de cartel en las últimas elecciones autonómicas en Andalucía. El envite, salpicado de polémica por el empadronamiento urgente en Granada de Olona, no salió como esperaban las lumbreras de Vox que solo sumó un par de escaños a su representación en la Junta. Dos semanas después de los comicios, Olona anunció su marcha de la política alegando motivos de salud. Hasta aquí todo puede resultar más o menos lógico y razonable. La salud debe estar por encima de cualquier consideración, eso es indiscutible. Pero no deja de ser curioso que solo dos meses después de haber cogido "las de Villadiego", la señora se vuelva a postular como jugadora y quiera regresar al ruedo de la política.
La cúpula de Vox parece no haber apreciado sinceridad en lo sucedido y, a pesar de que Abascal dijo en su día que Olona podría volver cuando quisiera a Vox, le ha cerrado la puerta con un portazo. A Macarena le ha disgustado el desplante y no deja de mostrarse resabiada ante cualquier micrófono que se le plante delante para quejarse de que "Vox ya no es una familia" como, según ella, era antes. No deja de ser curioso que la que antes era un activo para Vox se haya convertido en persona non grata. Hay detalles sobre este melodrama que se nos escapan.
Hay un dicho que reza así: "Uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras". Hay que ser consciente de qué se dice y cómo se dice y Olona tal vez debió ser más cauta cuando hablaba y decidía, porque las decisiones siempre tienen consecuencias y a menudo es imposible la marcha atrás.
De meteduras de pata andamos sobrados en la clase política. Hace unos días, otra ilustre mandataria, la cabeza visible de ese importantísimo Ministerio creado para mayor gloria del feminismo radical, cometió una torpeza mayúscula al hablar de la necesaria educación sexual de los menores. Se explicó mal, sin duda, pero nadie en su sano juicio podría concluir que Irene Montero hizo apología de la pederastia. No fue óbice para que los grandísimos políticos de la oposición ideológica de Montero y los medios a su servicio se apresuraran a colgarla en la picota y pidieran su cabeza por tamaña barbaridad dialéctica.
Podemos discutir y cuestionar la necesidad del Ministerio de Igualdad, por supuesto. Pero lanzar diatribas como dardos emponzoñados contra Montero y pedir su dimisión por no ser diestra con la oratoria es pasarse de frenada. La ministra, si se dejara asesorar y fuera menos soberbia y prepotente, habría atajado la polémica de inmediato aclarando que no se explicó todo lo bien que debió para evitar malos entendidos o interpretaciones suspicaces. Pero no. Montero salió por peteneras rajando contra la extrema derecha acusándola de blanquear la violencia machista. De nuevo demuestra ser una persona con una ideología de género extrema y posiblemente muy alejada de la realidad de la sociedad actual en España. La dialéctica es todo un arte y hay pocos ases de la dialéctica en la política patria.
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