Campañeando que es gerundio

El 18 de abril comienza, formalmente, la campaña electoral de la Comunidad de Madrid, aunque la maquinaria de los partidos comenzó a destilar sus residuos desde hace ya casi un mes desde que Ayuso convocara los comicios. La pugna por el voto es frenética. Los equipos de comunicación de las formaciones, especialistas en marketing, diseñan con esmero la mejor estrategia para encandilar al ciudadano y ganarse su favor. Comienza una carrera al esprint estresante con la vista puesta en la meta del 4 de mayo. Los líderes se prodigarán con mayor intensidad en las dos próximas semanas; los tendremos hasta en la sopa invadiendo medios de difusión masivos y haciendo ejercicios de ubicuidad.

Los electores somos los espectadores interesados del teatrillo electoral. Y somos interesados por la cuenta que nos trae. La gestión de lo público repercute a la ciudadanía en la vida diaria. Y el voto es el único recurso que hoy tenemos para participar, mínimamente, en el gobierno de lo común, que también nos afecta como individuos particulares. 

En el espectáculo, hay mucha palabrería en lo que se refiere al fondo, y mucha imagen, en la forma. Las palabras se las lleva el viento, y la hemeroteca recuerda que lo que dice un político pocas veces se cumple. Cuando se comprueba que los compromisos electorales son olvidados tras los comicios, pocos asumen la mentira y desaparecen. Lo más cómodo suele ser buscar excusas con ejercicios retóricos para escurrir el bulto y seguir viviendo de lo público porque la gente olvida y el tiempo lo borra todo. Y sí, el ciudadano, tan bombardeado de información, es incapaz de retener muchas de las tropelías que se suceden y cae en la desmemoria. 

Los políticos lo saben. Por eso juegan en corto. Viven en lo inmediato, en el mensaje instantáneo. Buscan las ideas fuerza que calan de manera emocional en el ciudadano porque, al final, el voto tiene mucho de emocional (más que de racional). Si un líder no te resulta carismático y no goza de tu simpatía es muy probable que no cuente con tu voto, pese a que compartas algunos de sus postulados. Por eso, el liderazgo político tiene que ver —y mucho— con la impronta personal. Y la imagen es sustancial en la marca personal de ese liderazgo. 

Isabel Díaz Ayuso parte, en la carrera electoral, con ventaja según vaticinan las encuestas hoy, pero nada habrá cierto hasta el cierre de las urnas; hasta ese momento quedan escenas, discursos, situaciones, debates, mítines e imágenes publicitarias. Y cuidado con meter la pata porque un error de cálculo puede abocar a un cambio en las tendencias auguradas por la demoscopia. Ayuso corre hacia la meta, figuradamente. Y algún lumbreras del marketing político hizo la traslación: «¡¡¡¡Que la presidenta corra por la libertad en un vídeo paseando por Madrid!!!!». Como idea sobre el papel, pudo estar bien, pero la imagen visual se quedó en un intento fallido donde la naturalidad brilló por su ausencia. Y es que, con zapatillas, la amiga Ayuso no se encuentra muy cómoda. 

Los líderes nos proveerán de muchas imágenes a diario con el objetivo de caer bien, de resultar simpáticos y confiables. La candidata de Más Madrid, por ejemplo, en un programa de radio de carácter desenfadado se puso a perrear, a mover su cucu; vamos, a bailar con ese estilo tan de moda entre los jóvenes que muchos, como yo, tachamos de ordinario. Pero todo vale con tal de granjearse el favor, en este caso, de los más jóvenes porque el formato, lógicamente, tenía audiencia juvenil. 

La campaña será atosigante, redundante y cargante. Acabaremos de políticos hasta el moño. Pero todo en la vida, mal que nos pese, es política. Y el terreno de juego de Madrid se establece también en clave nacional, como está demostrando el amigo Sánchez. Lo que pase en esta comunidad tal vez, solo tal vez, pueda tener trascendencia más allá de la región. Ya lo veremos.