La capilla Brancacci, en la florentina iglesia de Santa María del Carmine, contiene uno de los
conjuntos de frescos más impresionantes de todo el Renacimiento italiano, obra
de Masaccio. Junto a obras tan emblemáticas como la expulsión del Paraíso, tras
el pecado de Adán y Eva, se representa esta obra conocida como el tributo de la
moneda. La obra, dedicada a la figura de Pedro, como representante de Cristo en
la tierra, muestra en tres escenas la entrada de Cristo en la ciudad de
Cafarnaúm, donde un recaudador de impuestos, para poder acceder al interior de
la ciudad, le exige el pago de un tributo para el templo. Al no poseer ese
dinero, Jesús le ordena a Pedro que pesque un pez en el lago Tiberíades, el
cual, una vez abierto, contiene en su interior la moneda necesaria para poder
acceder a la ciudad.
El centro de la composición, de figuras potentes, robustas, que pesan y
ocupan un espacio, marcando un hito importante en la historia del arte, está
ocupado por la figura, de espaldas del recaudador, que impide el acceso a la ciudad
si no recibe el impuesto exigido. A la izquierda, en un segundo plano, Pedro,
obedeciendo las indicaciones del Maestro, abre el pez previamente pescado,
mientras que a la derecha, ante un edificio en perspectiva que simboliza la
ciudad, Pedro entrega al publicano la moneda requerida.
Cristo quiere cumplir la ley, como todo ciudadano, y paga el impuesto
exigido para poder acceder a la ciudad. Aunque no se corresponde con este
pasaje bíblico, cuando los fariseos le preguntan a Jesús si es lícito pagar
impuestos, éste les pregunta de quien es la efigie que figura en la moneda,
ante la respuesta que del César, Cristo les dice: Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. Quiere
así marcar la separación necesaria entre el mundo terreno, de la política, del
Estado, y los asuntos espirituales, que afectan a la salvación del alma.
Esto, que parece que Cristo lo tenían muy claro, no parece que haya
tenido su efecto en sus seguidores, que parecen querer imponer a todos los
ciudadanos, sean creyentes o no, la estructura de un estado confesional, regido
Publicidad
por las normas religiosas, en perjuicio de la libertad de pensamiento. Son
muchas las ocasiones, los hechos, los eventos, en los que se confunden, se
mezclan, las dos realidades de un país: la religiosa y la política. La
religiosa, y creemos que esto habría de quedar absolutamente claro, pertenece
al ámbito estrictamente privado, intimo, espiritual, mientras que la realidad
política, es pública, concerniente a toda la ciudadanía.
Que esto se ha confundido durante siglos es algo sobradamente conocido y
sabido, en lo que no quiero abundar, pero que en la actualidad debería estar
mas claro. No entiendo cómo es posible que durante la Semana Santa Las banderas
de los cuarteles puede ondear a media asta por la muerte de Cristo, en un país,
supuestamente aconfesional, pero menos podemos entender como a una Virgen se le
puede dar la medalla de oro de una ciudad.
A petición de la comunidad de los religiosos dominicos de la ciudad de
Cádiz, la corporación municipal, presidida por el alcalde José María González,
de un partido político, supuestamente de izquierdas. No quiero entrar en
consideraciones acerca de las creencias personales de cada uno, pero lo que no
creo que se pueda invocar es la devoción popular de una imagen, para hacer
creer que es una decisión laica. Lo primero, y casi lo único que podemos exigir
a los partidos políticos, en un mínimo de coherencia en el pensamiento. Las
actuaciones no pueden ser tan abiertamente contradictorias como son en algunos casos.
Mantengamos separados ambos mundos, religiosos y político, y no confundamos las
devociones personales, muy respetables, con decisiones políticas que afectan al
resto de la ciudadanía. ¿Qué méritos ha hecho una imagen para recibir esa
medalla de oro? ¿Atribuimos poderes sobrenaturales a la escultura? ¿Los posible
milagros realizados por la imagen tienen carácter político?
Seamos serios y coherentes. Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo
que es de Dios.