De dioses y hombres

28/11/20 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Luto nacional. Luto planetario. Una antigua estrella del deporte ha dejado de respirar y el lamento se extiende por todo el mundo. La noticia es portada en todos los medios de información. Radios, televisiones y redes sociales arden con el óbito. Muchos periódicos dedican sus portadas al ilustre deportista al que muchos llegaron a denominar "Dios". Y no. El finado no tenía ninguna condición divina. Más bien, al contrario, porque se movió en el infierno terrenal de las drogas.

La muerte de Maradona, El Pelusa, como también era conocido, ha sobrecogido al mundo. Bueno, al menos eso parece. A mí me sobrecoge que una figura como la suya sea un ídolo de masas en todo el globo terráqueo. Este ser humano tenía talento, mucho talento a decir verdad, según concluyen expertos críticos del balompié y la gran masa de aficionados. Ser un artista de dar patadas a una pelota tiene su trabajo, no lo dudo. Los profesionales del fútbol son atletas profesionales que viven de un esfuerzo físico nada desdeñable, como todos los deportistas de élite. Pero, ¿un profesional del deporte debe ser entronizado por la sociedad solo por el hecho de ser una figura única en su disciplina? Hace no mucho también falleció un jugador de baloncesto norteamericano, Kobe Bryant, en un desgraciado accidente aéreo, y también se reprodujo el lamento internacional ante su pérdida pero no se llegó al extremo de Maradona, cuya capilla ardiente se llegó a instalar en la sede de la presidencia del Gobierno argentino.

Maradona puede que fuera un mago con los pies pero no era un Dios. Más cerca de la divinidad están aquellos que, con su trabajo diario, callado y abnegado, investigan para que la humanidad tenga mayor calidad de vida erradicando o luchando contra enfermedades, a día de hoy, todavía incurables. Más cerca de la divinidad están también todos los seres anónimos que se manejan día a día en la vida de forma honesta y digna. Como sociedad tenemos un problema cuando se idealizan ídolos de barro intrascendentes. Las personas que tendrían que pasar a la historia deberían ser otras, las que tienen integridad moral y aportan conocimiento para la mejora de la humanidad.

Es respetable y legítimo, faltaría más, homenajear a alguien que muere y recordar sus hazañas; pero el panegírico bondadoso suele ser parcial y mentiroso porque todos los seres humanos tenemos luces y sombras: porque la vida es un juego en el que aprendemos hasta el último día que respiramos. Y nos equivocamos. Mucho. Y así aprendemos. Con los errores. Maradona se desdibujó antes, incluso, de dejar los campos de fútbol. Los últimos 25 años fue noticia por sus desvaríos, recaídas con las drogas y sus amistades peligrosas con dictadores de izquierda como Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro. Y su figura, por lo tanto, es un ejemplo a seguir solo parcialmente, solo en el aspecto deportivo. Pero si observamos al personaje de manera integral, Diego Armando Maradona fue un hombre trastornado por el dinero, la notoriedad, la fama… Por la sociedad en su conjunto.

Seguro que no es fácil convertirse en un Dios del fútbol, y la dificultad para gestionar el éxito y ser un personaje mundial pudo ser un atenuante. Pero, sin embargo, otros muchos alcanzaron la fama y la notoriedad y no perdieron la cabeza y el norte. Fíjese en nuestro ilustre Rafael Nadal, un tipo que también tendrá sus sombras, sin duda, pero que, a día de hoy, sí es un ejemplo de integridad, de cómo conducirse en la vida con valores y moral.

Descanse en paz Maradona pero, por favor, que no se glose su figura como si hubiera sido un mesías iluminado. Fue un deportista hace mucho. Y, cuando dejó de serlo, fue solo un hombre muy perdido, como tantos otros.

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