De guirigáis y disparates

09/05/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Nuestro maravilloso idioma —el español, ese que algunos denostan, destierran y proscriben— nos provee de palabras que ilustran muy bien situaciones que vivimos. El vocablo "guirigay" viene muy bien para describir el momento actual en nuestro trágico país. Porque atravesamos la confusión, el griterío, el desmadre o, en román paladino, el "sin dios". ¿Hay alguien a los mandos de la nave? Vivimos en un desquicie permanente desde hace tiempo, pero acentuado desde la irrupción del virus del demonio, como mi padre suele decir.

Las ansiadas vacunas llegaron en tiempo récord y los efectos adversos sacudieron el optimismo con trombos de trágico final. Como resultado, tenemos a dos millones de personas sin saber si se vacunarán con una segunda dosis de la misma vacuna, si les inoculará otra diferente o si ya pueden darse por inmunizados, porque sí. El asunto de la vacunación es un disparate sin pies ni cabeza. Un guirigay mareante que tiene al ciudadano hastiado y cabreado. 

El estado de alarma, esa excepcionalidad convertida en normalidad, o «nueva normalidad» como decían algunos carajotes, nos ha guarecido durante casi un año. Después de seis meses nos quedamos huérfanos de alarma porque nada es eterno, claro que no, y no se puede estar en estado de excepción toda la vida. Todos de acuerdo. Pero, ¿por qué no se ha legislado durante todo este tiempo en materia sanitaria? Se debía modificar la Ley de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública, tal y como ya ha prescrito el Consejo de Estado. Pero al Gobierno de España este tema no ha parecido preocuparle, posiblemente porque el trámite parlamentario se antojaba farragoso, y es que aunar voluntades en la jaula de grillos del Congreso no apetece mucho; así que cesa el Estado de Alarma y el paraguas jurídico de las restricciones y limitaciones se cierra para que cada Gobierno autónomo sea, autónomamente, el que resuelva su papeleta autónoma. En esta situación, cada ejecutivo regional aplicará sus normas apelando al Tribunal Superior de Justicia del terruño en cuestión y, en último extremo, al órgano superior: el Tribunal Supremo. Es decir, serán los tribunales, la Justicia, la que determine sobre una cuestión del Ejecutivo. En resumen: la política judicializada o, si se prefiere, la justicia politizada (el orden de los factores casi que no altera el producto). El guirigay está servido desde este 9 de mayo para todo hijo de vecino que decida moverse por nuestra querida piel de toro. 

¡Y qué decir del atraco fiscal barruntado desde hace tiempo pero anunciado, curiosamente, después de los comicios electorales de Madrid! Ha trascendido que nuestros maravillosos gestores públicos andan diciendo por las Bruselas que hay margen para captar, birlar, sustraer, robar, otros 90 mil millones de euros a los españolitos. El órdago del peaje por el uso de la red viaria ha soliviantado a la mayoría de los paganinis de esta feria llamada España. El esfuerzo fiscal en nuestro país es enorme. Los ciudadanos trabajamos para el Estado casi medio año y la prioridad ha de ser racionalizar el gasto público adelgazando, y mucho, la Administración. Menos cargos y cargas públicas, menos asesores, menos subvenciones, menos chiringuitos y menos redes clientelares. Al paso que vamos, la pandilla "progresista" va a querernos cobrar por salir a pasear y ocupar el espacio público. ¿Qué digo? Van a querer penalizar hasta el aire que respiramos. Ya hay impuesto al sol así que más vale no dar ideas. 

Las elecciones de Madrid han supuesto, sin duda, una advertencia tácita pero cristalina para Sánchez y su guardia pretoriana. Mucho habrían de cambiar las tornas para que las tendencias le vuelvan a sonreír. El desespero le ha llevado a proponer, incluso, la expulsión de militancia a históricos socialistas como Joaquín Leguina, quien fuera presidente de la Comunidad de Madrid —con mayoría absoluta, además— y Nicolás Redondo Terreros. Ambos han sido tachados de desleales por fotografiarse con Ayuso en período electoral cuando esta visitó una fundación de la que son patronos. Leguina ya se ha despachado a gusto con un sonoro «me la suda» añadiendo que, si le echan del PSOE, ya volverá cuando se marche Sánchez, al que vaticina un corto futuro presidencial. El partido socialista —convertido más bien ya en partido sanchista— es, sin duda, otro gran guirigay. El problema, el enorme problema, es que este tipo lleva las riendas no de un partido, sino de todo un país. Y no creo que nadie quiera que España sea, como parece hoy, un guirigay.

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