La cultura del esfuerzo está en desuso. Creo que son pocos los que inculcan a sus vástagos la importancia de esforzarse para conseguir objetivos vitales, personales y profesionales. Nos hallamos en una sociedad bien intencionada, por lo general, solidaria con los desfavorecidos, pero infantilizada. Se generan derechos antes que obligaciones. Y quejas antes que responsabilidades. La vida tiene pocas certezas y el azar, para bien o para mal, participa en la jugada. Pero mucho de lo que a alguien le pasa depende de sí mismo. De su capacidad de aprendizaje, de conocimiento, de adaptación y de esfuerzo.
En los años de la II República, allá por los años 30, el Gobierno de Manuel Azaña, de izquierdas por cierto, promulgó en España la llamada Ley de Vagos y Maleantes, conocida popularmente como La Gandula. La Ley afectaba a vagabundos, proxenetas y en general a todos aquellos con comportamientos considerados antisociales. Posteriormente, con la dictadura de Franco la Ley se utilizó para perseguir incluso la homosexualidad. No seré yo quien defienda una Ley de estas características que, en origen, tal vez podía tener un objetivo social reeducativo (no se sancionaba sino que se intentaban evitar conductas delictivas). El desarrollo de la Ley fue la que la desvirtuó sin duda.
Hoy tenemos muchos gandules. Los hay que ocupan casas durante dos años, son sancionados con poco más de 500 € de multa y se declaran insolventes con lo que el castigo es inexistente. Tenemos muchos individuos llamados antisistema que no quieren participar del teatrillo este que nos hemos montado en la sociedad del bienestar y no dan palo al agua. Ellos con su esfuerzo no van a sostener ningún sistema capitalista. Porque ellos forman parte del ejército de los flojos, ese en el que para militar solo hace falta vivir del cuento, ponerse en una esquina a tocar una flauta y esperar a que alguien suelte unas monedas por el espectáculo. Algunos los llaman perroflautas.
Soy de los que piensa que cada cual es libre de vivir como le dé la real gana. Es dueño de su vida y de su tiempo. Nada que decir. Pero que no se aprovechen del sistema que denostan cuando les interese. Que vivan en el campo, al aire libre. O en una cueva. El derecho a una casa de ladrillo no viene marcado en el DNI. Así que menos ocupar y más ocuparse en algo provechoso.
Los antisistema son el extremo del gandulismo. Pero sin llegar a él, tenemos practicantes de la flojería que participan en el sistema, sí, pero lo justito, no vaya a ser que les entre una hernia. Para mí son los caraduras de la sociedad del bienestar porque se aprovechan todo lo posible de esa solidaridad social que hemos construido entre todos. Estamos en una crisis sanitaria, social y económica sin precedentes en la historia moderna. Y las consecuencias apenas han empezado a vislumbrarse, entre otras cosas porque la pandemia está muy presente y lo seguirá estando a saber por cuánto tiempo. Papá Estado está velando por sus vástagos, con la ayuda condicionada de los titos europeos, ayuda que pagaremos durante muchos años. Pero no olvidemos que todos hacemos el Estado. Todos los que contribuimos con nuestro esfuerzo y los sacrosantos impuestos. Y tenemos unos ERTE, expedientes temporales de empleo que en teoría evitan la pérdida real de un trabajo.
Pues bien, hay algunos caraduras en ERTE a los que les jode que la empresa en la que trabajan retome su actividad en este preciso momento. Y es que les va mal incorporarse ahora en pleno verano. Se está mejor cobrando el 100 por 100 del sueldo en una playa y viviendo la vida loca. Estos flojos trabajan para Kike Sarasola, dueño de la cadena hotelera Room Mate. El empresario, como es lógico, ha montado en cólera cuando desde Recursos Humanos de su empresa le han informado de la respuesta de algunos de sus trabajadores en ERTE a los que no les convenía volver al trabajo ahora. Durante el expediente temporal, el estado, o sea todos los contribuyentes, costeamos el 70% del sueldo. Pero la empresa de Sarasola ha complementado la ayuda estatal para que sus trabajadores no sufrieran merma en su poder adquisitivo. Y la respuesta de algunos de esos "mimados" trabajadores ha sido la de "mejor en septiembre, que ahora me viene mal". Es un claro ejemplo de: primero mis derechos y luego, si tengo tiempo y ganas, las obligaciones. Es la cultura del caradura y no del esfuerzo. La cultura del aprovechado. Y qué quiere que le diga, ya va siendo hora de la mano dura. Si yo fuera Sarasola, estos trabajadores caradura ya estaban de vacaciones sine die.
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