Lo de "que se pare el mundo que yo me bajo" lo he pensado más de una vez. Y es posible que usted también. A veces sobrecogen tanto los acontecimientos que vivimos martilleados incesamente desde los bombarderos informativos que uno necesita desconectar. Resoplar, tomar aire y hasta el sol; y así despegarse de la inmundicia que nos rodea. La información ética, imparcial, objetiva, contrastada, veraz parece cada vez más una entelequia periodística. Porque son habas contadas los informadores que tratan la actualidad con estos principios deontológicos. La opinión personal de un informador es eso, personal, por tanto privada. Y la línea editorial de un medio ha de respetar la labor aséptica del informador. Ambas son fronteras difusas que con mucha frecuencia se traspasan. Así que hoy, un ciudadano que se tenga por informado debe dudar de todo y de todos; debe contrastar medios de comunicación dispares y si es muy obsesivo, beber de fuentes no mediáticas para que lo que obtenga no haya sido tamizado previamente por un periodista o un editor.
Al margen de las interpretaciones, sesgadas, mediatizadas o ideologizadas, creo que hoy, muchos ciudadanos de bien se sienten avergonzados con el espectáculo al que asistimos diariamente en este trágico país llamado España al que algunos se empeñan en deconstruir como la tortilla de Adriá, el cocinero.
La prohibición gubernamental relativa al Jefe del Estado en Cataluña pone de manifiesto la que algunos denominan crisis de Estado, ese Estado cuyos cimientos se pusieron en 1978. Muchos podemos convenir en que hay que reformar la casa común, la Nación, porque nada es para siempre y porque la sociedad evoluciona. No hemos de aferrarnos a nada solo porque sí, como tampoco hemos de alentar algo porque sí. Hay que revisar, auditar y consensuar con la soberanía popular, el ciudadano, y votar el modelo de Estado. La democracia no es perfecta pero es lo más igualitario que el ser humano ha inventado para gestionar la sociedad.
No es un proceso fácil sino complejo. Requiere tiempo y personas capaces para así liderar con garantías cualquier transición. Lo que no vale es el artículo "por mis cojones" que parece el que quieren aplicar quienes nos "desgobiernan". Si un señor Ministro ataca al actual Jefe del Estado y un Vicepresidente ratifica el ataque, automáticamente quedan deslegitimados para seguir ocupando ese puesto. Ambos prometieron lealtad a la Constitución y al Jefe del Estado al asumir el cargo y han incumplido vilmente su pacto.
Pero estos individuos no son reprobados a pesar de incumplir su palabra y no tener decencia. Están obsesionados con dinamitar desde dentro y a las bravas el sistema de la Monarquía Parlamentaria. Se mantienen en su poltrona con la aquiescencia tácita de un tipo que ha hecho de la desvergüenza y la mentira su razón de ser.
El "detalle" contra el Rey es fruto de la extorsión del nacionalismo regional, táctica que no es nueva ni mucho menos. Y el bipartidismo es responsable, mucho, de que la reciente historia democrática de España esté marcada por el signo territorial de dos regiones "singulares". Repensar esta España nuestra es una asignatura pendiente y sin duda titánica. Llegará ese momento. Pero en medio de la gigantesca crisis sanitaria, social y económica que vivimos es canallesco menear aun más el árbol y plantear una nueva crisis, esta vez de Estado.
Tenemos la peor clase política en nuestra historia reciente. Y hablo en genérico. Sin distinción de color ni extremos. Esa es nuestra gran desgracia. La política en España está llena de gente mediocre aferrada a un sillón como lapas o peor aun como sanguijuelas, porque chupan sangre, que es el dinero público. Un presidente de una Comunidad Autónoma es inhabilitado por cometer una ilegalidad y en lugar de ser despachado desde el oprobio público mantiene privilegios, como coche oficial, despacho y secretaria, amén de pensión vitalicia de 92.000 euros. Nuestra gran desgracia es la élite política cuya regeneración es inexcusable para limpiar la mierda que han traído. Pero tal vez es lo que nos merecemos. Se castigó a un tipo en las urnas duramente y en lugar de aferrarse al sillón, como el 99% de los políticos, cogió las de Villadiego y retornó a lo privado. Porque Rivera asumió sus errores y tenía vida antes de la política. Y también decencia y dignidad, palabras desconocidas para nuestra "clase" política que terminará deconstruyendo España, a menos que les caiga encima un meteorito.
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