Los creadores de hoy día nos vemos derrotados ante un proceso metafísico, la autocensura. Lo que antes era una lucha controvertida contra al poder establecido, ahora es un conglomerado superfluo de pastiches edulcorados sobre los que opinar con libertad está prohibido.
La fascinante escena que ideó Alan Parker en 'The Wall', película de imaginación inabarcable, a través de la música de Pink Floyd, es una premonición absoluta del presente distópico que vivimos actualmente. Un grupo de alumnos andan y pestañean al unísono con ética militar. La idea de humanos creados en serie siempre intimida. Sin embargo, con lo que no acertó esta proyección del futuro es que ese mundo futurista fuera aséptico e incoloro; es incorrecto, está lleno de color y sin pensamiento crítico.Nos han invadido las ideas buenistas de fácil consagración que impiden que hablemos de temas que nos preocupan seriamente. Hablo de educación, de ciencia o de arte, todo se impregna de la misma deriva. Un nuevo modelo de crianza en que los profesores dicten a los niños que pueden elegir el sexo que quieran, omitiendo la ciencia. Spencer Tracy en 'La Herencia del Viento' es el abogado de un profesor que enseña a Darwin en un pueblo con un arraigo fundamentalista exacerbante. Al profesor, lo encarcelan por dar ciencia y no la teoría creacionista de la Biblia.
Hoy día los profesores de biología tienen que plegarse ante el altar de la libertad de género para que el colegio no tenga un escándalo por refutar las divinidades de la Ley Trans. Anteponer la ideología por encima de la ciencia. Es lo que hacen ahora una serie de colectivos de pensamiento enjuto que han ideado un creacionismo propio.
Lo mismo pasa hoy día con ser gordo. Este hecho ha dejado de ser perjudicial para la salud y significa luchar por la aceptación, al igual que la inmigración, que nunca será un problema a pesar de la saturación que tienen los centros de acogida. Lo progresista es arcaico, se lleva lo dictatorial, lo 'woke'.
Esto ha trascendido al mundo del arte y del cine hasta parámetros inimaginables. Soy fiel seguidor del cine de Fede Álvarez, director de Alien Romulus, película para la que me encorseté una bonita camisa y me dirigí al cine con entusiasmo brindando la esperanza al joven director para que resucitara la saga como se merecía. Mi decepción llega en los primeros cinco minutos de metraje: el coprotagonista, un hombre de tez negra o persona racializada, como se dice ahora, y con algún tipo de discapacidad, sufre bullying en la primera escena y advertimos que su sangre es blanca. Esto significa que es un robot. Un robot negro, con discapacidad y con un sentimiento de incomprensión, un símbolo del triunfo de la imposición de lo 'woke' y, por qué no, de rizar el rizo.
Toda creación hoy día está manchada de ideología, en toda obra tiene que haber hoy un cupo exigible por contrato. He aquí algunos ejemplos para mostrar el cambio de paradigma consensuado por el pensamiento único:
En la nueva versión de Disney, Blancanieves es mulata y no hay personas con acondroplasia porque el actor Peter Dinklage prefería hacer de Cyrano que de enano.
Obras que antes admirábamos hoy no pasarían el filtro de la campanilla y la sotana posmoderna.
Hagamos un ejercicio de imaginación. Ubicamos la acción con una pareja quiere elegir una película.
–Hombre: Podríamos ver 'Romeo y Julieta', la gran obra sobre el amor.
–Mujer: Uf… Lo más rancio. Una tóxica que no puede vivir sin el macho alfa. Se inventa su propia muerte para llamar su atención.
–Hombre: ¿No te parece una visión un tanto reduccionista?
–Mujer: ¡Vamos a ver la nueva adaptación que han hecho! Por primera vez, una afroamericana va a hacer de Julieta. Ojalá sea la hija de una familia que recoge algodón y enamora al hijo de un terrateniente por su gran intelecto, pero la familia de él no la acepta. Eso sí que sería una historia de amor.
Fin.
Ahora se reescribe lo incómodo para que no se ofenda nadie, ni tampoco le guste a nadie.
Estoy a favor de licencias artísticas como la que hizo Kenneth Branagh en 'Mucho ruido y pocas nueces', con Denzel Washington como el Príncipe Don Pedro de Aragón, que según Shakespeare no era una persona racializada. Pero no toda obra tiene que ser un alegato recriminatorio contra nuestros predecesores. Dejen a los creadores ser ellos mismos. El arte lo agradecerá.
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