Aún recuerdo con emoción y nostalgia aquella noche de octubre del 82 en
la que, con lágrimas en los ojos, tras conocerse los resultados de las
elecciones, que daban la mayoría absoluta al partido socialista, salimos a la
ventana, como mucha otra gente, soñando con un mundo mejor, mas justo, mas
libre y solidario. Desde una posición de absoluta independencia dentro de la
izquierda, creímos que, al fin en España algo había cambiado, y que la sombra
de la dictadura, que aún planeaba sobre la incipiente democracia se alejaba
definitivamente para no volver.
Pronto, algunos nos vimos defraudados por una serie de hechos, actitudes,
decisiones, que no es el momento de enumerar, ni quiero recordar. Parafraseando
al recordado Javier Krahe, nos preguntábamos: Es socialista, es obrero, o es español solamente, o quizás tampoco eso,
que americano también. La deriva hacia una derecha, cada vez mas patente,
fue inexorable. Y el indiscutible carisma de líder, antiguo Isidoro, hacía
encaje de bolillos para hacer creíble lo inexplicable. Pero eso ya es historia.
Lo de estos días es totalmente diferente. Lo que hay que pedirle a unos
líderes políticos, dejando aparte la honradez, es inteligencia, y el golpe de
estado que ha tenido lugar dentro de un partido a sí mismo llamado de
izquierdas, ha sido absolutamente chapucero. ¿Cómo se puede eliminar a un
secretario general de un partido,
elegido democráticamente en una elecciones primarias, en las que han participado
las bases del partido? ¿Cómo se puede justificar la defenestración de dicho
secretario general aduciendo la unidad indisoluble de España? ¿Cómo se puede
impedir el pacto con un partido de izquierdas, favoreciendo a la derecha mas
corrupta de Europa?
El partido ha quedado inexorablemente dividido, oyéndose voces muy claras
que anuncian no respetar la disciplina del voto, como es el caso de los
socialistas catalanes, que veían una posibilidad de solucionar, o al menos
afrontar el problema catalán. El mismo exsecretario general sigue siendo
parlamentario, y ha comunicado que se votará en conciencia en la investidura
del gobierno de derechas. Dejando de lado el desprestigio y la fractura que han
ocasionado hay un hecho mucho mas
peligrosos si cabe, y es que si la derecha, en un golpe de fuerza convoca
nuevas elecciones, ignorando la posible abstención, los resultados, dada la situación
interna del partido, van a provocar una derrota histórica, como no se recuerda
nunca, lo que provocaría el efecto contrario al buscado mediante el golpe de
estado palaciego, dejar el control de la oposición en manos del partido de
izquierdas con el que no se ha querido pactar. Simplemente no van a existir,
quedando condenados al ostracismo durante décadas.
En definitiva, unos chapuceros. Y es que para ser golpistas hay que ser,
como mínimo, inteligentes. Aprendan del 23 F.