Dulce Navidad

04/12/20 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

¡Funfun, fun! Llegan ya las fechas más ¿esperadas del año? El consumismo es el rey de las fiestas navideñas. Bueno, las compras y el buenismo. Porque en estos días tan significados todo son buenos deseos, solidaridad, hermandad, amistad y tal y tal. La gran pregunta es: ¿por qué no se puede vivir siempre en esa ola de buen rollismo? Le confieso que a mí estas fiestas me cargan. Creo que la bondad y la buena fe han de predicarse siguiendo una guía vital, han de acompañarnos en todo momento. Y no es justificable hacerlo puntualmente con la excusa de la llamada Navidad porque entonces de lo que se trata, lisa y llanamente, es de hipocresía.

Nuestra vida está acotada por estaciones y periodos. Los hábitos culturales, a menudo propiciados y establecidos por la religión, marcan tradiciones y comportamientos sociales que respiramos desde la más tierna infancia. La Navidad es uno de esos momentos señalados por el calendario religioso que asumimos y del que participamos incluso quienes hemos desistido de la fe. Pero es que además la celebración religiosa se ha convertido, ya desde hace mucho, en una fiebre consumista forzosa.

En nuestro trágico país la tradición cristiana nos señalaba a los tres reyes de oriente, pero el capitalismo exacerbado proveniente de Norteamérica ha exportado a Santa Claus, también llamado Papá Noel, un obispo cristiano del siglo III después de Cristo nacido en Patara (Turquía) y cuyo verdadero nombre era Nicolás de Bari. Así que ahora tenemos la "obligación" de regalar el 25 de diciembre y también el 6 de enero. Y qué quiere que le diga, a mí me gusta regalar cuando me place y no por imperativo tradicional con fecha señalada en el almanaque.

Lo pequeños están encantados de la vida, cómo no. Los niños de hoy, muchos, están sobrepasados con tantas atenciones y regalos. Este exceso les hace ser críos caprichosos que devalúan los detalles; no saben valorar lo que reciben y al poco se muestran aburridos. Esta es la sociedad occidental del bienestar en la que nos encontramos, aunque no guste. Pero este año, además, vivimos una circunstancia que altera las tradiciones y los hábitos sociales. Y para muchos es un desvelo casi insufrible.

Estamos atravesando una crisis sanitaria con muertos a diario; la cifra en España desde que comenzó la pandemia podría acercarse ya a los 70.000 fallecidosLas ansiadas vacunas parecen estar ya muy próximas y, sin embargo, nos asomamos de nuevo a otro abismo si las convenciones sociales campan a sus anchas y la movilidad ciudadana se generaliza con la excusa de los reencuentros familiares "obligados".

Las autoridades sanitarias, esas que han conducido la crisis de manera más que cuestionable, marcarán limitaciones o incluso prohibiciones. Serán dispares, gracias a la disparidad política de las autonomías. Pero, ¿realmente el ciudadano ha de esperar a que le digan qué debe o no debe hacer? Si el sentido común estuviera extendido no habría grandes problemas. Pero, ¿sabe qué? La capacidad de discernir, de racionalizar, de ser responsable es escasa por lo general. El ser humano es capaz de lograr grandes hitos intelectuales o físicos, pero también es líder en estupidez. No hay límites para la imbecilidad y esta, por desgracia, sí que es muy frecuente. Habría que apelar a la responsabilidad individual para que colectivamente estas fechas navideñas no sean recordadas aun más trágicamente. Cuídese.

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