Gabriel Celaya, allá por los años 50 del pasado siglo, cuando la presión
de la dictadura franquista era mas intensa y la supervivencia diaria era un
logro, no ya la física, sino sobre todo la supervivencia moral y ética,
reivindicaba el valor de la poesía como arma para la libertad. Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales, maldigo la poesía de quien no toma partido, partido
hasta mancharse. Hoy, muchos años después, en un tiempo aparentemente menos
dramático y convulso, quisiéramos reivindicar el papel del Arte como arma para
la libertad, o mejor dicho, de la Historia del Arte.
Que el arte es y ha sido a través de los tiempos un arma está fuera de toda
duda.
El arte es un medio de expresión, un lenguaje, que ha sido utilizado por
ciertas clases sociales, ciertas élites, para plasmar un mensaje, una idea, un
concepto que han querido hacer llegar al pueblo. Es evidente que el arte
siempre ha estado en poder de quienes han tenido, en primer lugar un poder
económico y social, capaz de sufragar los gastos que supone la obra de arte,
bien sea un edificio, una escultura, pintura o cualquier otra forma de
manifestación artística.
El comitente, el que paga la obra, intenta a través de ella de plasmar
una idea, una forma de ver y concebir la vida, y del papel que ha de jugar cada
uno, cada clase social o cada estamento, en el conjunto de la sociedad.
El arte, durante mucho tiempo, se nos ha querido hacer ver simplemente
como una manifestación estética, donde lo único que se ha de tratar de ver en
cada una de las obras es la belleza (concepto por otro lado discutible y sobre
el que volveremos), la estética, la forma en que se ha realizado. Por supuesto
que la belleza es fundamental, pero no es ese el único papel del arte. Se nos
ha venido hurtando el verdadero papel del arte, como es su función social y
política, como lo que ha sido, un arma al servicio del poder. Ahora, la
Historia del Arte tiene un reto, acercar la obra de arte al espectador, no
eliminando lo que de expresión estética tiene, pero dotándola de su verdadero y
último sentido, como es el papel de comunicación y expresión de una clase
dominante. En ese reto estamos.