El caso Alves

25/01/23 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Desde hace unos días es noticia mediática, pero de esas que alimentan el morbo del público. Tiene como protagonista a un tipo rico y famoso de 39 años, un futbolista ya en su decrepitud profesional. Se llama Daniel Alves, es brasileño y ahora mismo está detenido por la presunta agresión sexual a una chica de veintitrés años el 30 de diciembre en Barcelona. Todo delito debe llevar por delante la palabra "presunción" mientras no quede demostrada —más allá de la duda razonable— la comisión del mismo. El pilar básico de toda sociedad civilizada es, precisamente, ese: todo ser humano es inocente hasta que se demuestre lo contrario. No se puede invertir la carga de la prueba, es decir, no podemos pedir a alguien que demuestre su inocencia. Siempre hay que demostrar la culpabilidad con pruebas o una multitud de indicios que señalen esa culpabilidad. 

No se trata de hacer alegato alguno en defensa del tal Alves, en absoluto. Sencillamente, es recordar que los juicios mediáticos paralelos solo sirven para dar carnaza morbosa a la gente, ávida por "informarse" —entre comillas— de asuntos tan lamentables como el que implica a este futbolista.

De lo ocurrido esa noche entre Alves y la denunciante en un aseo, sólo hay dos testigos: Alves y la chica. Las cámaras del local donde sucedieron los hechos también son relevantes, al igual que el testimonio de quienes les acompañaban en aquel momento. Pero lo más trascendente es el comportamiento de la joven tras lo sucedido y la revisión sanitaria a la que fue sometida la misma noche después de contar lo que había vivido.

Está habiendo profusión de detalles sobre el caso en los medios de comunicación, unos detalles que indicarían la culpabilidad de Alves. Se habla de que el deportista ha dado versiones claramente contradictorias y de que la joven ha rechazado una indemnización que le habría ofrecido el entorno de Alves. El problema de la trascendencia mediática de este caso es que propicia el juicio social paralelo. Es muy posible que Alves sea un tipo chulo, pagado de sí mismo y multimillonario que se cree con el derecho a hacer lo que le plazca solo por el hecho de ser rico y famoso; es muy posible que el alcohol tuviera que ver en su conducta… en suma, es muy posible que los hechos ocurrieran tal y como ha descrito la denunciante. No es baladí que la jueza instructora haya decretado prisión preventiva para Alves ante el riesgo de fuga. Un magistrado no ordena un encarcelamiento por las buenas o no debería, al menos.

Dicho todo esto, hay que subrayar de nuevo que la presunción de inocencia asiste a Alves. Ha de ser en un juicio donde se determine su responsabilidad y donde se decida si ha de cumplir una condena en firme por la agresión sexual. Con la nueva "Ley del sólo sí es sí", Alves se enfrentaría a una pena de entre cuatro y doce años de prisión. La ministra de Igualdad ya se ha apresurado a hacer bandera de su ley diciendo que defiende a todas las mujeres «sea quien sea su agresor». Habría que recordarle a Montero que el código penal, antes de su mentada ley, ya castigaba los delitos de carácter sexual y que, gracias a su ley, cerca de doscientos cincuenta delincuentes sexuales se han visto beneficiados por rebajas de penas o excarcelaciones. La "Ley Montero" entró en vigor en octubre de 2022, hace poco más de tres meses.

Las leyes no deben defender —como dice Montero— sino establecer un ordenamiento jurídico que castigue a quienes, básicamente, hacen mal a otro ser humano o a la sociedad en su conjunto. Salir a darse golpes en el pecho injustificadamente aprovechando un lamentable suceso deja de nuevo retratada a esta joven ministra que está lejos de reunir condiciones para ocupar el cargo. 

El "caso Alves" no ha hecho más que empezar. La causa puede tardar uno o dos años en llevarse a juicio y es muy probable que salga en libertad con medidas cautelares como la retirada del pasaporte y la citación judicial periódica. De momento, ya ha perdido su postrero puesto de trabajo en un club de fútbol de Méjico, que no ha tardado en romper el contrato tras su detención. Al margen del final de la historia, el jugador lamentará de por vida la jugada que protagonizó la noche del 30 de diciembre.

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