El esperpento desesperado

27/04/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

La desesperación tiene diferentes manifestaciones. La agresividad puede ser una de ellas. Te desesperas cuando algo que te resulta injusto acaba de pasar o bien está a punto de suceder y te sientes impotente para evitarlo. Y andan unos cuantos en el suelo patrio desesperándose por el poder. El juego de la política, porque es un juego en el fondo, aunque bien serio, nunca nos podrá sorprender en este trágico país. Apelar a las vísceras es un recurso de la moderna política que recuerda muchísimo a la antigua. Hace no mucho la cuestión económica, con la generación de empleo como gran dogma, era el centro del discurso. Siempre había funcionado lo del bolsillo, un tema que a todo hijo de vecino ha preocupado, preocupa y seguirá preocupando. Pero en estos últimos tiempos, los nostradamus de la política, los adelantados sabios del marketing político, hablan de lo emocional y no de lo racional. El sobrevalorado Iván Redondo, director de orquesta del nuevo Psoe, se jacta de conocer las claves que movilizan al votante. Dice, textualmente, que primero te emocionas, luego piensas y después votas. Pero el primer factor de la ecuación, la emoción, implica doblegar a la razón, y cuando lo racional se somete a lo emocional échate a temblar, porque puede pasar de todo.

La campaña madrileña está trascendiendo de su ámbito territorial y era inevitable. No son unos comicios autonómicos sin más, de ello se han encargado desde La Moncloa incluyendo a ministros en los mítines o con el propio líder supremo soltando soflamas. Hay quien se muestra cansado del "ombliguismo" madrileño y reivindica con orgullo su identidad propia. Algo de razón tienen. Pero, puede que, lo que se decida en el tablero madrileño, tenga eco más allá de esta comunidad y, tal vez solo por eso, merezca la atención de los ciudadanos sensatos y preocupados por el futuro.

Lo emocional se hizo bandera con el lema inicial de "Comunismo o libertad" de Ayuso contrarrestado después, en el mismo terreno de juego, con el "fascismo o democracia". Ahí andan unos y otros apelando a instintos "básicos" para remover conciencias e impulsar el voto. Unos quieren la reafirmación de sus fieles y la ilusión de los defraudados, ahora indecisos; otros la movilización del miedo ante la consolidación del gobierno del "odio" que, afirman, es el que disfruta Madrid desde hace 26 años. Y en el carnaval de la campaña cada día van con sus disfraces actuando y protagonizando un vodevil a menudo esperpéntico, ora en una emisora de radio ––el ofendidito Iglesias con la chulesca Monasterio–– ora en un plató de televisión ––impagable la imagen de la ministra de trabajo en la Sexta, cabeza gacha con gran devastación, al conocer la amenaza a Maroto––.

Todos están jugando a lo mismo. Ya que la gestión de la pandemia no está dando réditos hay que amedrentar para así encender iras y voluntades. Emponzoñar el debate con recuerdos de la Guerra Civil, rescatando términos inverosímiles en la actualidad, es miserable. Es patético el uso de una amenaza cuya autoría proviene de un enfermo mental. Maroto se apresuró a salir con la fotito de la navaja a las puertas del Congreso para decir barbaridades como que todos los demócratas están en peligro de muerte con la ultraderecha de Vox en la escena pública. Después, para continuar en su discurso, alegó que la gente vulnerable es fácil víctima de quienes van regando odio desde la diestra. Y qué decir de la ilustrada Adriana Lastra. Nació para ser pregonera; lo suyo es dar voces, pero también hacerse fotos con la peor calaña política. Es una follonera grotesca, aunque palmeros no le faltan. 

Es todo un esperpento, francamente. La ciudadanía es muy variada y variopinta. Compleja, sin duda. La buena formación y la buena educación, por desgracia, no son virtudes muy extendidas. Pero me gustaría pensar que la gente, así en genérico, no es estúpida. Me encantaría creer que los engaños y las mentiras no se perdonan ni se olvidan. Querría pensar que la gente sí que tiene preocupaciones comunes: la salud, la economía, el empleo, las expectativas de futuro… El ciudadano quiere que lo público, que para eso paga y mucho, además, funcione ya no digo a la perfección, sino moderadamente bien; quiere que la administración de Justicia, por ejemplo, sea eficaz, independiente y no tan extremadamente lenta por falta de recursos, lo que la convierte en una Justicia inoperante. Quiere que la sanidad pública esté cuando se la requiere y no verse abocado a unas listas de espera sempiternas o directamente a la desatención. El ciudadano quiere, en suma, que nuestra sociedad del bienestar, el gran éxito de la socialdemocracia moderna, sea bien gestionada. Me temo que somos muchos ya los que, con tanta distracción inútil de nuestra clase política, empezamos a estar más que desesperados.

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