El teatrillo

24/10/20 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Tenemos entradas gratis para verlos y escucharlos. Nos representan a todos. Son los elegidos para la gloria. Se llaman a sí mismos señorías e interpretan un papel en ese escenario al que llaman hemiciclo. Se muestran indignados, ofendidos, atacados… A veces juegan al victimismo para, después, revolverse y arremeter con lengua afilada contra el adversario. Y sí, es un teatrillo, una puesta en escena, una dramaturgia premeditada que persigue un objetivo: mantenerse y, si es posible, medrar. 

Hace tiempo que perdí la fe en los políticos que asuelan nuestra piel de toro. La desafección hacia la política es un mal cada día más extendido. Se lo han ganado a pulso. Los ciudadanos de bien están abochornados con los gestores políticos de uno u otro signo. Da lo mismo el color. Porque los servidores públicos sirven cada vez más a sus intereses privados. Eso es lo que está calando en la sociedad civil. La mala gestión, las mentiras, la corrupción, las prebendas, los privilegios, los coches oficiales, el elitismo… forman la ecuación de la vergüenza que hoy supone vivir de la política. Siempre habrá algún reducto de rectitud, no me cabe duda, y sé que generalizar es un error siempre, pero la degradación política está en un nivel exasperante hoy.

Tenemos lo que tenemos y con estos mimbres el cesto no da para más. Pero como administrados y pagadores del sistema tenemos el derecho de bramar en arameo y exigir decencia. ¿Por qué en este trágico país la mentira no penaliza? Mentir es casi un deporte y no pasa absolutamente nada. Plagiar una tesis o que te regalen un máster no tiene importancia alguna. En todas las profesiones serias existe un código deontológico, unas normas éticas que regulan el ejercicio profesional. ¿Tienen nuestros políticos un código de buenas prácticas? A la vista está que no. Pero, ¿qué más da? Tienen patente de corso. El aforamiento es un gran invento que les parapeta ante la Justicia. Un demagogo, que dejó un barrio obrero para vivir en un chalé, se ve inmerso en una oscura película de intriga de la que saldrá indemne con toda seguridad. Y otro compañero, un señor con pelo a lo rastafari cual Bob Marley canarión, acusado de agredir a un policía, rehúsa declarar voluntariamente ante el juez. El verbo aforar también lo quiere conjugar. Estos individuos se ven implicados en situaciones delicadas; son sospechosos de haber cometido actos reprobables. Yo no me he visto nunca en una de esas, y seguramente usted tampoco. ¿Por qué será? ¡Ah! Será porque ellos viven vidas muy intensas y les gusta ir al límite, al filo de la navaja pero sabiendo que el hecho de ser político puede salvarles de la quema. Porque la separación de poderes parece, cada día más en España, un invento marciano.

Hemos visto el espectáculo circense del parlamentarismo español con la moción de censura contra el Gobierno. Una iniciativa legítima condenada al fracaso. Un brindis al sol pero con tacticismo de fondo. Y las interpretaciones sobre el resultado son tan diferentes como los culos, cada uno tiene uno. Cada vez que me preguntan cómo estoy, mi respuesta es la misma: «Sobreviviendo al desastre». Esa es la sensación que hoy muchos tenemos. 

La futurología es una facultad que no poseo. ¡Quién sabe cómo evolucionarán las cosas de aquí a un año! Pero hay una frase muy reveladora de incierta autoría: «Si siempre haces lo mismo obtendrás el mismo resultado». Con lo que nos alumbra en el patio político patrio no podemos esperar nada diferente a lo que «disfrutamos». Futuro sombrío en esta España nuestra.

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