Los buenos actores son naturales y dicen su texto con convicción y autenticidad. Para ser buen actor, que digo, gran actor hay que contar con talento. Pero, cuidado, que el talento sin trabajo y esfuerzo no sirve de nada. Los hay que se empeñan en hacer algo y se empeñan y se empeñan, cual martillo pilón, pero les falla la capacidad talentosa, la habilidad. La perseverancia, no obstante, suele tener premio. Si uno persigue el objetivo incansablemente es posible que se acerque a la meta o incluso que llegue a ella. ¿Todo esto es aplicable a la política? Pues en parte, solo en parte sí. Porque en nuestra política patria lo del talento y la preparación son virtudes ausentes. Así, nuestros líderes son un ejemplo de mediocridad encumbrada por las huestes militantes y simpatizantes. En brazos de la política no caen los mejores ni por asomo. En política tenemos a profesionales de la política, esos que en política ya son unos inútiles pero que fuera de la política poco o nada podrían hacer.
En el debate cara a cara, el señor Feijóo muy ufano se jactaba de llevar toda la vida en política, lo que le otorgaba una sabiduría y un conocimiento espectaculares. Y se recreaba en sus cuatro mayorías absolutas en el feudo gallego. Un tipo, este Feijóo, presidente nacional del PP por accidente o, mejor dicho, por estupidez; la que demostró el joven Pablo Casado del que ya nadie sabe nada de nada. Feijóo se postula como nuevo presidente del Gobierno de España. Es su turno, según anuncia la demoscopia. Es posible que ascienda al trono, pero no por sus méritos o por su contrastada solvencia sino por la lamentable gestión del Gobierno actual.
El debate, el único debate entre los dos aspirantes a la Moncloa, y menos mal habida cuenta del poco interés que despierta entre la audiencia el ejercicio dialéctico, se antojaba poco decisivo. Este tipo de exhibiciones, según dicen los expertos, tienen poca capacidad de movilización, salvo que alguno de los candidatos meta la pata hasta el corvejón. Con esa idea me asomé a la ventana televisiva. A ver si alguno de los dos grandes oradores se resbalaba, tropezaba y se daba una buena ostia. Pero no. No hubo ningún batacazo histórico, ninguna torpeza estúpida, ningún renuncio claro. El diálogo se convirtió en una ristra de acusaciones de mentiroso por aquí, mentiroso por allá y los grandes temas que parecen sacudir las voluntades del electorado. Los lamentables efectos de la Ley del "Sólo sí es sí", los apoyos poco éticos con Bildu y Esquerra, el túnel tenebroso de la involución a la que nos aboca el PP con su presumible alianza con Vox, datos económicos buenos o malos según cómo se miren...
Los asuntos mollares que preocupan a miles, cientos de miles, millones de ciudadanos como por ejemplo la sostenibilidad del sistema de pensiones, la fiscalidad confiscatoria que sufre el contribuyente, el maltrato constante al autónomo y las pymes no estaban en la agenda de los púgiles. Se debatía en un cruce de acusaciones y con un baile de cifras que no se contrastaban.
El teatrillo, porque de eso se trataba ni más ni menos, le salió mejor al gallego que al madrileño. Porque estos debates no van de lanzar propuestas sino de apelar a la emocionalidad del votante potencial, reafirmando la voluntad de los seguidores y aturdiendo a los contrarios ideológicos. En ese juego, el señor Sánchez naufragó puede que por vez primera. Se le vio a menudo nervioso, hasta tembloroso, y su lenguaje gestual le dejaba en evidencia. Por el contrario, el amigo gallego se fajó con aparente tranquilidad y supo lidiar las preguntas incómodas esquivándolas directamente sin responderlas, como cuando la periodista Ana Pastor le preguntó por el machismo de Vox y su negación del concepto "violencia de género". En ese charco, Feijóo prefirió no meterse para evitar posibles perjuicios electorales. Son temas sensibles en los que decir algo puede restar apoyos así que mejor dejarlos pasar no vaya a haber aceite en el suelo.
Es más que posible que Feijóo gane las elecciones, pero en minoría, por lo que necesitará apoyo en el hemiciclo. Lanzó una propuesta a Sánchez en esa línea y fue uno de sus golpes al bajo vientre que dejó noqueado al todavía presidente. Este no respondió ante el órdago de abstenerse en la investidura si el PP gana las elecciones en minoría para así permitir la gobernanza.
Sánchez y Feijóo actuaron en el debate, siguieron su guion todo lo posible y defendieron el papel. El uno, Sánchez, lo fio todo a su telegenia y su previsible superioridad verbal en la oratoria. Es posible que su prepotencia esta vez le jugara muy en contra. El otro defendió su semblante serio y templado para mostrarse confiable y erigirse en la alternativa razonable y necesaria. Son dos actores al servicio de un objetivo: el poder. Pero este país, aun llamado España, no cambiará apenas nada con la alternancia de azules por rojos. Los grandes problemas estructurales que atesora esta nación del viejo occidente no son abordados seriamente ni lo serán a corto, ni medio plazo. Los políticos solo piensan en lo inmediato y en la poltrona. Y los ciudadanos solo pensamos en que nos dejen en paz y no ver espectáculos como el mentado debate: un verdadero teatrillo para pardillos.
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