El Xerez, de pena

14/05/13 +Jerez Paco Sánchez Múgica

He visto el famoso bailecito y me he acordado de los más de 36.000 parados que tiene esta ciudad. También de mi abuelo Manolo y de mi tío Juan, siempre tan dados al amor-odio al hablar de color azulino desde los tiempos del Domecq. Ambos se habrán cabreado de lo lindo allá desde la tribuna en la que estén mirando el día a día de esta ciudad que tanto amaban y con la que tan críticos eran casi siempre. Reconozco que esta temporada el Xerez me ha importado tanto como un accidente de bicicleta en Pekín. Si no me falla la memoria no he visto ni un partido completo. Y eso que estuve mojándome en la plaza del Caballo hace 16 años tras marcar Fernando Román a la Gramanet y lograr el ascenso a Segunda. Y luego, años más tarde, también canté ‘esta es tu grada’ en El Arenal cuando subimos a Primera. Pero poco más. Desconecté.

Como muchos xerecistas que siguen a su equipo por la prensa, no en las gradas, no me considero hincha ni soy incondicional. Es decir, no soy ni mucho menos ese torta que va a recorrer nuevamente cientos de kilómetros para animar al equipo en cualquier ciénaga de las catacumbas del fútbol semiprofesional, ya sea Don Benito o Macael con todos sus mármoles. Todo lo más, iremos a ver el derby con el Cádiz si es que llegamos a jugarlo. Ahora bien, una cosa son esos antecedentes personales y otra cosa bien distinta es que se cachondeen en la cara de algunos de mis convecinos. Muchos de ellos en paro y que, aun así, hicieron enormes esfuerzos por seguir siendo socios del club de sus amores a principios de la temporada que ahora expira. Ante ellos, lo que hizo este pasado fin de semana el Deportivo fue un pitorreo de lo lindo. Vale que lo extradeportivo hace años que no acompaña, vale que el entorno no es el más propicio para la estabilidad, valen muchas cosas. Pero no vale todo.

Por respeto en el funeral, no entiendo ese bailecito en la banda de los dos jugadores (de los que me ahorraré dar su nombre) al marcar uno de los cuatro goles en la goleada (sí, la goleada) del Xerez al Girona, segundo clasificado de Segunda. Tras más de medio año sin ganar un solo partido, con la toalla arrojada y pisoteada desde hace meses y una vez consumado el descenso matemático al pozo de la Segunda B (insisto, como mal menor), el equipo que aún entrena Carlos Ríos se ‘regaló’, al parecer, un partidazo en tierras catalanas y algunos de sus jugadores incluso festejaron con alegres coros y danzas algunos de los tantos que esta vez sí subieron al marcador del estadio gerundense. Incomprensible. Bochornoso y un insulto para esos dos millares y pico de aficionados que han seguido arrastrándose a Chapín cada quince días por amor y devoción a sus colores.

Hace tiempo que los Tebas y compañía convirtieron el fútbol en un prostíbulo donde siempre ganan los mismos. Hace tiempo que los estadios están semivacíos y que la pérdida de afición en los campos parece imparable. También hace ya años, como diría Pelegrini en su reciente entrevista en la revista ‘Jot down’, que los gobiernos, sean democracias o dictaduras, utilizan al fútbol especialmente en tiempos de crisis como enorme y espesa cortina de humo. Es ya habitual y está casi aceptado que el hecho de que un jugador sienta hoy en día los colores es más difícil que poner a dieta a Falete. Todo está ya asumido. Pero al menos debería prevalecer la dignidad profesional. Si ha habido primas a terceros y los bolsillos de la plantilla se han estimulado como nunca para devolverle la competitividad perdida, se puede cuestionar pero parece comprensible a estas alturas. Lo que no es admisible es que esos mismos jugadores en los que tanto confiaron esos xerecistas de verdad sean los mismos que les dan una guantada sin manos a su afición con un bailecito en la banda tras marcar un gol después de descender y dejar al club en peligro evidente de extinción. Es como ir al entierro de un familiar o amigo y ponerse a bailar una bulería. ¿Puede caber mayor despropósito? Pues en el Xerez parece que cabe todo. Qué pena.

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