Un taxi como protagonista de una novela. Un taxi que camina casi con alma por el México de finales de los años 50. Un taxi que prácticamente le ha robado la identidad al taxista para formar juntos un único compañero de reparto entre la colección de sentimientos e historias que van dejando los pasajeros que van y vienen, que sienten y viven.
Ojerosa y pintada es el título de este libro que ha rescatado con mucho acierto Editorial Drácena. Un rescate “de doble vía” como bien apunta Carlos Salem en el prólogo de la edición de este libro que escribió Agustín Yáñez allá por 1959.
Con la noche y todas sus circunstancias como camino y con la Ciudad de México como otro protagonista más de la historia, Yáñez pinta un retrato vanguardista desde el punto de vista del viajero sin retorno, de aquel que se despide al mismo tiempo que está regresando. Un círculo sobre el que giran personajes de todo tipo en una novela coral en el que la capital mexicana toma la palabra para contar, para narrar los latidos de su corazón durante las 24 horas de una larga carrera de un taxi y su taxista.
Podría haber sido un año cualquiera en una ciudad cualquiera. Han pasado casi 60 años de su escritura, y Ojerosa y pintada sigue igual de fresca, de ágil y visual. “El chofer recordó los afanes de pasajeros por limpiarse la cara, la ropa, dentro del coche, antes de llegar a su casa; los acuerdos para causar mal o para cubrir faltas; las recriminaciones de cómplices que no hayan salida; los papeles rotos y retratos, las flores, los pañuelos, guantes y otras prendas, hasta las más íntimas, pintados, manchados, que los pasajeros arrojan por la borda o abandonan en el carro, con tantos otros efectos delatores”.