Escrúpulos

24/10/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

«Duda o inseguridad que sufre una persona ante la bondad o licitud de una acción»: esta es la definición del término escrúpulo que recoge el diccionario de la RAE. ¿La política es escrupulosa? Una cuestión hecha de tal guisa no se puede responder con rotundidad. Si afinamos la pregunta y centramos el tiro, la respuesta posiblemente ya sea más certera aunque, claro, las opiniones son muchas y variopintas. Habrá quien considere que Pedro Sánchez Castejón tiene escrúpulos y, por el contrario, habrá quien piense que el actual presidente del gobierno de España no conoce esa palabra. 

Las amistades peligrosas del ejecutivo presidido por Sánchez sacan el colmillo para morder al menor descuido. Son como lobos a la espera de la presa. Es una de las consecuencias de pactar con el diablo. No es gratis, pero eso ya se sabía de antemano. Es el coste del poder cuando, para llegar a él, se olvidan los escrúpulos. 

El sistema electoral español fue diseñado para que la representación parlamentaria fuese un reflejo de la diversidad de la nación. Es un ejercicio de equilibrismo que, precisamente, ha provocado desequilibrios porque España es un país desigual con un sistema autonómico dispar. Hay regiones con policía autónoma —dos en concreto— y tienen singularidad: la reivindicación identitaria e independentista de una parte de su población. Muchos vascos y catalanes no se sienten españoles; tienen sus razones, equivocadas o no, manipuladas o no… ¡tanto da! El resultado es el que es hoy. En Cataluña, la fiebre "indepe" desembocó en el Procés, con el resultado que ya conocemos. Y en Euskadi, hace solo 10 años que callaron las pistolas. ETA masacró a casi 900 víctimas durante 60 años en todo el país. 

La extorsión política de los nacionalismos vasco y catalán en el Parlamento español no es nueva. Todos los Gobiernos democráticos desde la dictadura han tenido que bailar al son independentista cediendo competencias u otorgando prebendas, agravios comparativos con el resto de comunidades autónomas. 

Los nacionalistas catalanes ya han conseguido el ansiado indulto para sus mártires encarcelados —una exigencia de obligado cumplimiento para seguir apoyando al gobierno sanchista— y siguen con su hoja de ruta: la matraca del referéndum de autodeterminación y la amnistía de los líderes que aún permanecen fugados. El Partido Nacionalista Vasco, por su parte, es un compañero de viaje ladino y taimado del que no te puedes fiar demasiado. Hace unos días, su portavoz parlamentario advertía a Sánchez que la subida de la luz podría fastidiar la recuperación económica y que también podría fastidiar a su gobierno, un más que claro aviso a navegantes. Y, ¿qué decir de los herederos del terrorismo, los de EH-BILDU, que acaban de asomar la cabeza con Otegui? Tienen solo cinco diputados en la Cámara Baja, pero se les concede una gran consideración. El sujeto ya mencionado, Arnaldo Otegui, un día se muestra compungido por el dolor infligido por ETA y al siguiente, chulescamente, manifiesta que sus 200 presos bien valen el apoyo a unos presupuestos si con ello pueden salir a la calle.

Posiblemente, el objetivo de este individuo, que cumplió seis años de condena por su pertenencia a ETA, busque un cambio legislativo para que las penas máximas bajen y, con ello, propiciar la puesta en libertad de gran parte de "sus" presos. Preguntado por este particular, Pedro Sánchez ha sido taxativo en el Congreso de los Diputados y ha respondido al líder del PP con un categórico «No»; es decir, no cederá al chantaje de Bildu. Así que ya podemos estar tranquilos porque, como ha demostrado el presidente en varias ocasiones, su palabra es ley. Pedro Sánchez es un hombre con crédito escaso, a tenor de su trayectoria como líder del ejecutivo. La escudera de los números, la dicharachera María Jesús Montero, también se ha expresado con su claridad habitual y ha exclamado que ella solo habla de lo suyo: de los números. 

Los nacionalistas quieren a Sánchez, y Sánchez quiere a los nacionalistas, a pesar de todo. Son amigos de conveniencia y se necesitan mutuamente. Es una historia de amor y odio. El presidente —rehén de su poder— está atado, además, por su coalición gubernamental. Es el precio que ha de pagar por ser el mandamás y gobernar los destinos de la nación. Ha de ser condescendiente, incluso, con diputados como Alberto Rodríguez (por sus rastas lo conoceréis). Inolvidable la cara de estupor de Rajoy cuando lo vio aparecer por el hemiciclo… Rodríguez fue condenado por agredir con una patada a un policía, y ha seguido en su escaño incumpliendo la sentencia del Tribunal Supremo que lo inhabilitaba durante mes y medio retando al Supremo con la ayuda de los letrados del Congreso. A instancias de la presidenta de la Cámara, Meritxel Batet, dichos letrados cuestionaron la decisión del Alto Tribunal abriendo, así, un debate jurídico que hace pensar al ciudadano —al castigado contribuyente— que la Justicia no es igual para todos, que la Justicia —cuando se trata de política y políticos— se manosea, se toquetea, se vicia. Son las cosas del poder, supongo (del poder sin escrúpulos que hoy parece haberse asentado en nuestro trágico país). Al final, Batet ha dictado que Rodríguez deje su escaño, provocando que este abandone ipso facto la política y desatando la reacción furibunda de Podemos —con la ministra de no se qué, una tal Belarra— ha sido cuestionar de nuevo la licitud de la sentencia y la decisión de Batet, que mira que se ha resistido... Han anunciado una querella contra la señora Batet. Hablan de prevaricación con absoluta ligereza, sin caer en la cuenta de que la independencia judicial no puede ser cuestionada jamás desde el ejecutivo porque, entonces, comenzaríamos a parecernos a una república bananera. Aunque tal vez, no estemos tan lejos.

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