Feminismo y velo

22/06/17 +Jerez Antonio Aguayo
El siglo XIX, el siglo del colonialismo, de los grandes viajes, de las grandes expediciones, de los descubrimientos, del reparto del mundo por las grandes potencias, nos ha dejado en el arte una visión de estos acontecimientos, bien es cierto que muy parcial y con una óptica absolutamente eurocéntrica y por supuesto etnocéntrica, que deja ver claramente la ideología patriarcal de la élite dominante.
El pintor Delacroix se acerca al mundo oriental que se está conquistando y colonizando aportando una visión absolutamente distorsionadora. Traigo como ejemplo su célebre cuadro Mujeres de Argel, del Museo del Louvre. Desde una técnica que pretende ser realista, o al menos creíble, muestra un grupo de mujeres, ataviadas a la manera musulmana, sentadas en un recinto cerrado, inactivas, esperando, aguardando, una de ellas fumando una cachimba, en tanto que las otras dos, parecen ver pasar las horas pacientemente, aguardando, esperando, sumisas a las órdenes que esperan recibir, en tanto son atendidas por una sirvienta negra. ¿Qué esperan, quienes son? Las respuestas son fáciles. Son las mujeres de un harem que esperan ser llamadas, requeridas, solicitadas por su dueño y señor, su marido, su amo, al que esperan complacer, y ganar así su favor. Delacroix no ha visto un harem, no sabe cómo es, pero se imagina un ideal del patriarcado. El hombre como amo absoluto, al que la hembra, la mujer, espera para complacerlo. Idealiza un mundo, pero no como lo que debería ser, sino como cumpliría los sueños eróticos de toda una parte de la población francesa y occidental, la masculina.
Esta visón de los pintores románticos ha causado un enorme perjuicio a la hora de poder entender una cultura, una religión, una etnia, como es todo aquello que desde el punto de vista occidental englobamos bajo el epígrafe de cultura islámica. En la actualidad, la época del post-colonialismo, del post-eurocentrismo, aún esta visión sigue causando estragos. Ahora, cuando nuestras ciudades se ven pobladas por una gran cantidad de inmigrantes provenientes de los países árabes, podemos ver a las mujeres ataviadas con sus trajes, manteniendo un aspecto, un atuendo que las identifica fácilmente.
El problema no reside en el atuendo o en la cultura, sino en lo que significa, sobre todo una parte de ese atuendo, como es el velo, que no es un símbolo religioso, no es una imposición islámica, sino que es un claro símbolo de dominación patriarcal.
Recientemente ha surgido la polémica, en Europa lleva ya muchos años y muchas discusiones, de si puede existir un feminismo islámico, una feminista con velo. La respuesta creo que es un rotundo, no. No existe un feminismo islámico. El feminismo ha de ser laico. No se pueden mezclar conceptos. La religión va por un lado, y es una opción absolutamente personal, individual e íntima, que no puede, ni debe, pasar al ámbito público de la lucha feminista.
El velo es un distintivo del poder patriarcal que quiere conservar el privilegio de poder contemplar el cabello de mujer, uno de sus símbolos eróticos, él solamente. No es una imposición religiosa. La izquierda, al menos una parte de ella, que tanto clama contra la Iglesia católica, y con razón, es absolutamente tolerante con lo que califica como el respeto a la diversidad cultural, contemplando con absoluta indiferencia la opresión de las mujeres en aras de la tolerancia cultural, como una especie de penitencia, de arrepentimiento por el colonialismo que Europa llevó a cabo con los pueblos islámicos en el pasado, llegando a tolerar, o al menos, no condenar, el uso del burka, una auténtica prisión para las mujeres.
Esta lucha contra el velo como símbolo de opresión patriarcal lo tienen claro feminista islámicas, como Wassyla Tamzali, que aunque practicantes de la religión islámica, ven esta lucha fundamental para la liberación de la mujer. Ellas lucen su pelo, orgullosamente, rechazando el ir cubiertas. Sólo a partir de ahí, se podrá hablar de igualdad entre hombres y mujeres, que es en definitiva el verdadero feminismo.
En Occidente, en el mundo en el que nos ha tocado vivir, deberíamos tener más claro la tolerancia hacia unos signos, que bajo apariencia de formar parte de una cultura, lo que contribuyen es a mantener la supeditación de la mujer al hombre. Y es que por ser un símbolo cultural no debemos aceptarlo. La cultura no puede ir en contra de los derechos humanos. Al igual que no aceptamos la ablación del clítoris como símbolo cultural, tampoco hemos de aceptar el velo, ya que ambos forman parte del mismo patriarcado.
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