El siglo XIX, el siglo del colonialismo, de los grandes viajes, de las
grandes expediciones, de los descubrimientos, del reparto del mundo por las
grandes potencias, nos ha dejado en el arte una visión de estos
acontecimientos, bien es cierto que muy parcial y con una óptica absolutamente
eurocéntrica y por supuesto etnocéntrica, que deja ver claramente la ideología
patriarcal de la élite dominante.
El pintor Delacroix se acerca al mundo oriental que se está conquistando
y colonizando aportando una visión absolutamente distorsionadora. Traigo como
ejemplo su célebre cuadro Mujeres de
Argel, del Museo del Louvre. Desde una técnica que pretende ser realista, o
al menos creíble, muestra un grupo de mujeres, ataviadas a la manera musulmana,
sentadas en un recinto cerrado, inactivas, esperando, aguardando, una de ellas
fumando una cachimba, en tanto que las otras dos, parecen ver pasar las horas
pacientemente, aguardando, esperando, sumisas a las órdenes que esperan
recibir, en tanto son atendidas por una sirvienta negra. ¿Qué esperan, quienes
son? Las respuestas son fáciles. Son las mujeres de un harem que esperan ser
llamadas, requeridas, solicitadas por su dueño y señor, su marido, su amo, al
que esperan complacer, y ganar así su favor. Delacroix no ha visto un harem, no
sabe cómo es, pero se imagina un ideal del patriarcado. El hombre como amo
absoluto, al que la hembra, la mujer, espera para complacerlo. Idealiza un
mundo, pero no como lo que debería ser, sino como cumpliría los sueños eróticos
de toda una parte de la población francesa y occidental, la masculina.
Esta visón de los pintores románticos ha causado un enorme perjuicio a la
hora de poder entender una cultura, una religión, una etnia, como es todo
aquello que desde el punto de vista occidental englobamos bajo el epígrafe de
cultura islámica. En la actualidad, la época del post-colonialismo, del
post-eurocentrismo, aún esta visión sigue causando estragos. Ahora, cuando
nuestras ciudades se ven pobladas por una gran cantidad de inmigrantes
provenientes de los países árabes, podemos ver a las mujeres ataviadas con sus
trajes, manteniendo un aspecto, un atuendo que las identifica fácilmente.
El problema no reside en el atuendo o en la cultura, sino en lo que
significa, sobre todo una parte de ese atuendo, como es el velo, que no es un
símbolo religioso, no es una imposición islámica, sino que es un claro símbolo
de dominación patriarcal.
Recientemente ha surgido la polémica, en Europa lleva ya muchos años y
muchas discusiones, de si puede existir un feminismo islámico, una feminista
con velo. La respuesta creo que es un rotundo, no. No existe un feminismo
islámico. El feminismo ha de ser laico. No se pueden mezclar conceptos. La
religión va por un lado, y es una opción absolutamente personal, individual e
íntima, que no puede, ni debe, pasar al ámbito público de la lucha feminista.
El velo es un distintivo del poder patriarcal que quiere conservar el
privilegio de poder contemplar el cabello de mujer, uno de sus símbolos
eróticos, él solamente. No es una imposición religiosa. La izquierda, al menos
una parte de ella, que tanto clama contra la Iglesia católica, y con razón, es
absolutamente tolerante con lo que califica como el respeto a la diversidad
cultural, contemplando con absoluta indiferencia la opresión de las mujeres en
aras de la tolerancia cultural, como una especie de penitencia, de
arrepentimiento por el colonialismo que Europa llevó a cabo con los pueblos
islámicos en el pasado, llegando a tolerar, o al menos, no condenar, el uso del
burka, una auténtica prisión para las mujeres.
Esta lucha contra el velo como símbolo de opresión patriarcal lo tienen
claro feminista islámicas, como Wassyla Tamzali, que aunque practicantes de la
religión islámica, ven esta lucha fundamental para la liberación de la mujer.
Ellas lucen su pelo, orgullosamente, rechazando el ir cubiertas. Sólo a partir
de ahí, se podrá hablar de igualdad entre hombres y mujeres, que es en
definitiva el verdadero feminismo.
En Occidente, en el mundo en el que nos ha tocado vivir, deberíamos tener
más claro la tolerancia hacia unos signos, que bajo apariencia de formar parte
de una cultura, lo que contribuyen es a mantener la supeditación de la mujer al
hombre. Y es que por ser un símbolo cultural no debemos aceptarlo. La cultura
no puede ir en contra de los derechos humanos. Al igual que no aceptamos la
ablación del clítoris como símbolo cultural, tampoco hemos de aceptar el velo,
ya que ambos forman parte del mismo patriarcado.