Somos el resultado de nuestra historia de vida. La educación, la familia,
los amigos, las vivencias, las experiencias, los triunfos y, sobre todo los
fracasos, nos van haciendo lo que somos, en lo que nos hemos convertido en el
devenir de los años. Decía Max Aub que uno es de donde estudia el bachillerato.
Estoy totalmente de acuerdo, y he de añadir que lo aprendido en ese momento, en
esa etapa de tu vida que está entre el instituto y la universidad es de lo que
más te marca de cara al futuro. He de reconocer que a mi me tocó vivir una
época especialmente rica e intensa en los años 70. Mi paso por la universidad
estuvo marcado por los últimos años del franquismo, la muerte del dictador y
los comienzos, inciertos y balbucientes de la incipiente democracia. Es estos
años se fraguó mi pensamiento, tanto político como social, que no quiere decir
que no haya evolucionado hacia posturas diferentes a las de aquellos momentos
de dura lucha y confrontación, en los que el compromiso social era fundamental,
no sólo con tus compañeros y compañeras, sino, y sobre todo, contigo mismo.
Es de aquellos momentos de los que me queda un, probablemente excesivo,
rechazo hacia el futbol. No me estoy refiriendo al deporte en sí, sino como
espectáculo. Durante mis años de instituto y universidad al futbol se le
denominaba como “el opio del pueblo”, no quiere decir que la religión no lo
fuera. Ninguno de los que por aquel entonces nos considerábamos políticamente
comprometidos y que éramos tildados, un poco despreciativamente por la sociedad
como “progres”, y que orgullosamente asumíamos dicho calificativo, a ninguno de
los “progres”, repito, se nos ocurriría decir, ni aún pensar, que nos gustaba
el futbol, pero ni tan siquiera, no digo comprar, ni aún leer un periódico
deportivo.
Es cierto que la dictadura franquista potenciaba el espectáculo del
futbol. En épocas de conflictividad laboral, o en días señalados, como el 1º de
mayo, se ponían varios partidos a lo largo del día, y si podía ser, del Real
Madrid, pentacampeón de Europa en aquel momento, y orgullo del Régimen. Se
ensalzaba por medio del futbol las cualidades inherentes a la raza hispánica,
de la que carecían el resto de los países con los que había que jugar. Pero al
mismo tiempo se daba vía libre en los campos de futbol a toda la ira reprimida
en otros órdenes de la vida, que se encauzaba inteligentemente contra el equipo
contrario y, como no, contra el sufrido árbitro, que siempre pitaba penaltis a
favor de los otros, fueran quienes fueran. El futbol se convirtió en un
analgésico, encaminado a calmar dolores más profundos que los meramente
deportivos. Y había un partido cada semana, o a lo sumo dos, cuando había competiciones
europeas.
Es por eso que me llama la atención, o quizás no, que ahora haya futbol
todos los días de la semana, que los equipos paguen sumas auténticamente
insultantes para un pueblo en que una buena parte de su población está en el
paro. Llama la atención que se valore más las habilidades de un señor que sepa
llevar bien la pelota en sus botas, que a los científicos, historiadores o
cualquier tipo de profesión intelectual. Me indigna que una buena parte de
nuestra juventud tenga que emigrar en busca de un lugar donde se valore la
preparación que aquí le hemos dado, y que en cambio se permita pagar por
alguien miles de millones de euros, que después incluso se van a permitir el
lujo de defraudar lo que gana, a
hacienda.
No me extraña, sin embargo, que en este orden de cosas se utilicen los
equipos de futbol por desaprensivos para defraudar, para lavar dinero, para
hacer política, o simplemente para robar. Todos tenemos nombres en nuestras
cabezas.
Es cierto que durante la dictadura había una sola cosa contra la que
luchar, y todos los esfuerzos estaban centrados, por un lado y por otro en esa
lucha. Hoy hay muchos más frentes abiertos que la lucha contra una dictadura
visible y concreta. Hoy la lucha es mucho más abierta, mucho más amplia, mucho
más diversa, pero no menos dura. Tanto en el terreno político como en el
económico y social son muchos los frentes abiertos, y muchos los peligros que
nos acechan. No me extraña que haya futbol todos los días. Los poderes actuales
aprendieron bien la lección de sus maestros.