Guerra y geopolítica

03/03/22 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Todos asistimos con estupor a lo que está ocurriendo en Ucrania. Es una guerra en Europa. Bombas, destrucción y muerte a pocos kilómetros de nuestro confort y nuestra cotidianidad. Cualquier ser humano con sensibilidad y empatía se entristece al ver el sufrimiento de personas cuyas vidas se han visto truncadas por la acción bélica ejecutada por Rusia. Los medios de comunicación dan traslado de lo que pasa y machacan a diario con la crisis, como antes hicieron con la pandemia o la retirada de Estados Unidos de Afganistán. Se trata de informar, claro, de ofrecer la actualidad a unos ciudadanos ávidos de conocer lo que pasa en el mundo y de cómo esos acontecimientos pueden afectar a su vida.

Una nueva guerra en Europa y la mención a la alerta nuclear son noticias descorazonadoras, angustiosas e inquietantes. Seguramente usted, como yo, conocía Ucrania de oídas. A lo mejor sabía que Kiev es su capital y poco más. Nada sobre su división administrativa, su conflicto intestino con miles de muertos desde hace ocho años, su idiosincrasia nacional, sus enfrentamientos sociales, su política, su pasado, sus antecedentes históricos… Confieso que yo estaba ajeno a la realidad ucraniana –imagino que como la mayoría– aunque crea ser una persona bien informada. No se puede saber todo de todo, es lógico; pero lo que está ocurriendo ahora, acaparando la información mediática del planeta, tiene unos antecedentes, un origen y una explicación, lo que no significa, por supuesto, una justificación válida. Una guerra nunca es justificable.

Los medios están dibujando prototipos con los dos protagonistas políticos del enfrentamiento: el presidente de Ucrania es el héroe y el de Rusia, el villano. El ejercicio maniqueo suele ser burdo y quedarse en la superficie sin profundizar. Partiendo de la base de que entrar a fuego en una nación soberana es un crimen de lesa humanidad, el análisis de lo que está pasando en el este de Europa es muchísimo más complejo de lo que muestran los titulares y la información generalista de televisiones y radios convencionales. Y lo es porque la geopolítica que hemos construido los seres humanos desde que el mundo es mundo es compleja. Y entender esa geopolítica repleta de intereses, sobre todo económicos e ideológicos, no es una tarea sencilla.

Si tiene interés por escarbar en el origen de esta agresión militar, o guerra, escuchando a quienes de verdad saben de política internacional y geoestrategia como el coronel Pedro Baños o los jóvenes de una web llamada "descifrando la guerra"verdaderos expertos bien informados y no tertulianos de medio pelo, empezará a descubrir cómo el blanco y el negro comienza a ser gris.

Sin ser prolijo en detalles, que son los que realmente explican la situación actual, nos quedamos solo en los titulares, las imágenes dantescas y brutales y la condena sin paliativos. ¡Qué duda cabe que, aun sabiendo que hay muchos vértices en el conflicto y que ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos, el ataque militar de Rusia es una barbaridad que sobre todo sufren víctimas inocentes! Hay gente muriendo, gente aterrada cuya vida se ha ido al sumidero, miles de personas huyendo en un triste éxodo convertidos ya en refugiados de guerra (ya se habla de ochocientas mil personas) y un país que está siendo devastado por las bombas. Lo que pasa en Ucrania tiene además consecuencias globales que apenas podemos imaginar. Porque estrangular a Rusia en un mundo como el de hoy, interconectado, interrelacionado y globalizado, asfixia también a quienes interactúan con ese país; y no son pocas las naciones que tienen a Rusia como proveedor (de energía, por ejemplo) o cliente (con el turismo, por ejemplo). 

En el mundo de hoy, las guerras forman parte de la fotografía, aunque en nuestro apacible occidente pensemos que el planeta es una arcadia feliz. Hay conflictos armados en Etiopía, Yemen, Afganistán, Haití, el sempiterno enfrentamiento de Israel entre judíos y palestinos… El mundo no es un lugar pacífico, desgraciadamente. Ojalá fuera posible una humanidad sin enfrentamientos, sin luchas por el poder, el territorio o el dinero. Pero parece que el ser humano es incapaz de vivir la vida con armonía y en paz. Así ha sido desde que el hombre es hombre y parece que estemos destinados a vivir así para siempre. ¡Qué pena!

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