La espectacularización

22/09/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Espectacular es un adjetivo pero, de un tiempo a esta parte, la palabra ha evolucionado hasta llegar al verbo espectacularizar y, de ahí, un pasito más y alcanzamos el sustantivo espectacularización, ¡vaya palabro! Es difícil de pronunciar, pero confieso que me viene a la mente con frecuencia cuando presencio el espectáculo de la información audiovisual. El sufijo “—ción” añadido al verbo expresa acción y efecto, y creo que define a la perfección lo que podemos ver a diario en los medios informativos.

Estos días nos sobrecoge la Tierra. Una de las islas afortunadas —de la que poco o nada se habla jamás: La Palma— se ha convertido en epicentro de la noticia, en el foco de toooooodos los medios de comunicación. Editores, responsables de redacción y reporteros —intrépidos, ¡cómo no!— se frotan las manos con el evento. Un acontecimiento insólito con imágenes potentes siempre es garantía de espectadores, lectores y oyentes: el morboso interés de la gente por las tragedias (ajenas, claro).

Recuerdo mi pasado periodístico en una televisión como RTVA y en un programa de información y entretenimiento que, por cierto, continúa emitiéndose en la actualidad. La labor diaria de elaborar un reportaje era complicada porque, habitualmente, no ocurría "nada". Ese "nada" significaba un suceso. El día que había un incidente —si fuera trágico mejor—, el equipo lo tenía fácil. Ir al escenario, al centro, al meollo y abordar a testigos, si los hubiera. Ese día sentías que tu trabajo tenía valor porque lo que contabas tenía trascendencia; tenía interés y notoriedad pública. Ha pasado el tiempo y la retrospectiva te ofrece una visión con distancia y, posiblemente, más certera.

La tarea de un informador es informar, sí. Con rigor, con veracidad, con certeza a ser posible… con honestidad. Este encomiable objetivo se ve distorsionado cuando aparece la espectacularización de la información, una práctica muy extendida en los medios audiovisuales. Lo estamos viendo ahora con la erupción de La Palma: Decenas de equipos desplazados para dar la última hora de la devastación y del avance de la lava. Reporteros dicharacheros encastrados, casi, con los equipos de protección civil; algunos, incluso, vestidos para la batalla confundiéndose con el personal que trabaja —esa gente, sí— por la seguridad de quienes viven en la zona afectada. Se trata de ofrecer la imagen más espectacular. La consigna es: lo más cerca posible de la destrucción. Porque la gente quiere ver cómo la lava derrite todo a su paso, destruye, devora, revienta… La devastación en prime time. Y, si el informador forma parte del plano, mejor que mejor. También vale editar piezas informativas como si de una película —real, eso sí— se tratara. No falta el ritmo en el montaje, no falta la música, no falta la acción... La realidad superando la ficción. ¡¡¡Qué gran mensaje!!!

Me siento periodista y, aunque no ejerzo como tal, solo realizo periódicamente este ejercicio de reflexión personal. Lamento profundamente en qué se convierte la información cuando ocurre alguna catástrofe o algún suceso particularmente terrible. El llamado amarillismo es eso. Las tragedias siempre han vendido periódicos, es indudable. Y las tragedias, hoy, son el centro del espectáculo informativo audiovisual

Habría que apelar a la ética, pero esta es una palabra en desuso. Posiblemente, la línea que separa lo ético de lo inmoral, a veces, es difusa o excesivamente delgada. Tal vez, cada cual ponga esa línea en un lugar diferente. No todo el mundo tiene la misma moralidad, una cuestión que puede llegar a ser discutida y controvertida. ¿Dónde están los límites de lo decente y lo inapropiado u ofensivo

Los medios de comunicación son empresas cuyo objetivo es la rentabilidad, y ese objetivo es proporcionado en gran medida por la audiencia. A más espectadores, mayores expectativas publicitarias y mayores ingresos por los anuncios. Los medios de información públicos, que no debieran tener la misma máxima sino la del servicio público, también caen en las redes de la espectacularización de la información.

Lo de la Palma pasará, como ha pasado lo de Afganistán (que dejara las portadas y el interés de la gente era cuestión de tiempo). Así es la información: una rueda imparable que forma parte de la distracción del ciudadano cuya vida, a menudo, es gris, anodina y monótona. El consuelo es ver que, de vez en cuando, hay gente más jodida a la que le pasan cosas más jodidas que una lluvia incómoda porque, cuando dejamos a un lado el espectáculo de la información, volvemos a lo nuestro: a nuestras cuitas personales, a nuestras preocupaciones, a nuestros caprichos, a nuestras tristezas, nuestras alegrías, nuestras responsabilidades, nuestros sueños, nuestras cosas... A nuestra vida, a nuestro egoísmo.

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