Hace casi un año que los españoles estamos sin gobierno, y la verdad,
casi nos habíamos acostumbrado. Los comercios han seguido abriendo todos los
días, los supermercados no se han quedado desabastecidos, no hemos pasado
hambre (algunos), hemos podido seguir saliendo a la calle sin un peligro
superior al de hace un año. No ha aumentado la delincuencia, la policía sigue
velando por el orden establecido. Los jueces siguen impartiendo justicia, en su
línea habitual. El profesorado sigue tratando de enseñar a su alumnado, dentro
de lo que es posible con la actual Ley de Educación. En fin, todo ha seguido
dentro de la normalidad más absoluta, lo cual tampoco quiere decir mucho. Todo
era tan “normal” que hemos llegado a plantearnos la posibilidad de prescindir
de los políticos y nos ahorrábamos unos buenos euros.
Pero estos, días un brusco golpe de realidad ha venido a despertarnos de
nuestro sueño. El secretario general de un partido político, teóricamente de izquierdas,
elegido por primera vez en unas primarias, con el voto de la mayoría de los
militantes, se creyó legitimado, no sólo para gobernar su partido, si no
incluso, para intentar gobernar el país. Le dijeron:
Tienes que pactar con estos señores, que son los buenos, y además son de
derechas.
Pero es que yo creí que nosotros…, además estoy hablando con estos otros…
De eso nada. Tu haces lo que te decimos y en paz.
Por otro lado, el reventón de la clase, el empollón, que siempre ha
sacado muchas matrículas y que todo el mundo le ha dicho que era el más listo,
el más guapo…, también le dijo lo que tenía que hacer, y además como lo tenía
que hacer:
Quiero, quiero, quiero…
Pero hombre, ¿tu no eras de los mas demócratas?
No tienes ni idea de nada, y tu que sabes lo que soy yo, ni te imaginas…
El pobre secretario general de un supuesto partido de izquierdas perdió
las votaciones, como estaba previsto por todo el mundo. Cometió errores,
graves, algunos imperdonables, sobre todo para sus colegas. En las elecciones,
un señor que hacía de estatua, y no sabemos si subía o bajaba la escalera, ganó
las nuevas elecciones, que hubo que repetir.
¡No es no! Y el señor secretario general se lo creyó. Y pensó: Como la
estatua no tiene mayoría, ahora es la mía, y puedo pactar con los otros, que
son de izquierdas, o eso dicen, y hago un gobierno, dejando a mas de uno con un
palmo de narices. Cuando sea el jefe a ver quien me tose. Mis colegas, aunque
me tienen un poco de tirria, no se van a atrever a destrozar el partido, sería
un suicidio político, que no favorecería a nadie, salvo a la estatua.
Pero el asesor de Gas Natural y su intrépida émula no podían permitir
tamaña felonía, y salieron en tropel para evitar un gobierno de izquierdas,
faltaría mas. Cual generales de una república bananera, dieron un golpe de
estado que acabó con las ilusiones del díscolo e ingenuo secretario general de
un partido supuestamente de izquierdas.
Reflexionando un poco nos preguntamos: ¿A quien ha favorecido el golpe de
estado? La intrépida émula ha salido totalmente quemada para unas cuantas
décadas, y con peor fama que la serpiente del Paraíso. El partido, ha quedado
dividido y roto. De nada han valido 130 años de democracia frente a la ambición
y al temor de un gobierno de izquierdas. ¿Qué tenía que perder el asesor de Gas
Natural de un gobierno de izquierdas?
Si no ha favorecido al partido supuestamente de izquierdas, ni a los
golpistas, que durante muchos años van a quedar en la oposición, ¿quién manda
realmente en los partidos políticos? Es evidente que los políticos no.
Llegado a este punto queda patente que los políticos son realmente
necesarios. Hay que poner cara al poder.