Vivimos en una sociedad regulada, reglada, normativizada. La civilización humana es lo que tiene. Hay que regular la convivencia para que podamos llevarnos bien. La sociedad no es estática sino muy dinámica y conforme avanzan los tiempos aparecen nuevos escenarios, nuevas actividades, nuevos comportamientos que no pueden quedar al albur del criterio propio. Y ¿dónde queda la libertad individual para hacer o decir lo que a uno le venga en gana? Buena pregunta. Se supone que somos libres, pero lo somos hasta cierto punto. Nuestro campo de acción se encuentra delimitado por unos márgenes que son los que señalan la legalidad.
Las leyes son el mantra aventado por los guardianes de la moral y de la ética políticamente correctas. Pero las leyes, aprobadas bajo un sistema aparentemente justo como es el democrático, no siempre son justas, equilibradas y pertinentes. En la Alemania de Hitler la Ley validaba la persecución, segregación y exterminio de los judíos. Era una Ley salvaje, pero había sido aprobada en el parlamento alemán y debía cumplirse o de lo contrario se estaría contraviniendo. Era una inmoralidad evidente, pero ¡ay! de aquel ciudadano germano que se atreviera a saltársela imponiendo sus propios principios. No siempre las leyes son respetables y justas por mucho que se denominen leyes.
El legislativo es un poder necesario pero delicado y hasta nocivo, como ocurrió en Alemania a mediados del siglo XX. En nuestra querida España estamos inmersos en una espiral legislativa auspiciada por quienes parecen empeñados en pasar a la historia del país, aunque no precisamente por sus aciertos.
Llevamos tres meses oyendo hablar del gran envite legislativo de Podemos, esa Ley que supuestamente tenía como propósito mejorar la protección de las víctimas de violencia de género. Los golpes en el pecho de Irene Montero o el mismísimo Pedro Sánchez aun resuenan en nuestros oídos. Era una legislación que iba a sentar precedentes internacionales, claro que sí. Porque en España somos muy adelantados y estamos a la vanguardia en la defensa del feminismo.
El fiasco ha sido monumental. Las rebajas de condena y las excarcelaciones han llegado en incesante goteo para mayor gloria obscena del grupo morado. La reacción llegó desde la sombra morada con la soberbia más insolente. La culpa es de los jueces que interpretan mal la ley o son machistas o son de la extrema derecha. El mea culpa vamos a dejarlo para otro momento, que no va con el carácter de Irene Montero al menos. La Ley Montero, porque se merece que lleve su nombre, contó con informes que advertían de las consecuencias negativas, ahora llamadas indeseadas. Estoy convencido de que, a pesar de los avisos, la prepotencia de sus impulsoras les hizo actuar con desdén. No puedo creer que una jueza como Victoria Rosell, ínclita delegada del Gobierno contra la violencia de género, no supiera lo que iba a suceder.
El daño ya está hecho y no puedo ni imaginar la angustia de todas esas víctimas cuyos agresores se han beneficiado de esta ley feminista. Ahora toca enmedarla, aunque el perjuicio es ya irreversible. Y ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo para solucionar el desaguisado lo antes posible. Tal vez la razón sea que la clave electoral está sobrevolando las sedes de PSOE y Podemos. Estamos en un año con citas en las urnas. Tendremos elecciones autonómicas, municipales y nacionales, estas últimas posiblemente en diciembre.
La cagada no ha hecho temblar los cimientos de la interesada coalición gubernamental. La dignidad habría hecho dimitir a Irene Montero, ergo me temo que mucha no debe tener. Ante su indignidad, Sánchez debería haberla cesado, pero tampoco lo ha hecho para evitar el colapso del ejecutivo en año electoral. Así que, en España seguiremos asistiendo al espectáculo legislativo con normas como la Ley del 'Solo sí es sí', la Ley de Protección Animal, la reforma de la Ley del Aborto o más recientemente la Ley Trans, una legislación esta última que, ojalá, no tenga también en el futuro efectos no deseados. Aunque me temo que eso es ser demasiado optimista. La ciudadanía tendrá que hablar en las urnas. Veremos si es un "basta ya" o un "no pasa nada". Veremos.
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