Estoy convencido de que cuando Don Sánchez decidió encamarse con Don Iglesias, después de advertir que no podría conciliar el sueño con semejante compañía, no podía imaginarse que sus tejemanejes entre bambalinas iban a encontrarse con un enemigo invisible. El maldito bichito de proporciones minúsculas ha desencajado a la humanidad y ha examinado la capacidad de los líderes de, precisamente, actuar como tales.
El acuerdo de investidura, que facilitaba el que algunos denominan Gobierno Frankenstein, ya tenía marcadas sus líneas de juego. Nada nuevo pues, que nacionalistas vascos y catalanes marquen el paso del Gobierno como, ojo, han hecho desde que comenzara la transición en este santo país. Líderes anteriores a Don Sánchez, como Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero o Rajoy encabezaron gobiernos que sin rodillos ni mayorías se veían "obligados" a ceder concesiones a estos nacionalistas para así gobernar con relativa comodidad. La época del bipartidismo, finalizada recientemente, nos ha traído hasta donde estamos hoy. A una España dividida en 17 pequeñas Españas si incluimos todavía a las dos que aspiran a desgajarse del régimen autonómico y convertirse de facto en estados independientes.
Lo de hoy es una consecuencia de todo lo anterior, así que las culpas están repartidas a diestro y siniestro. Repensar el modelo de estado es un debate pendiente que hoy no toca pero que en algún momento, más pronto que tarde mejor, deberíamos abordar como sociedad madura. Porque muchos hoy se preguntan por la utilidad de instituciones anacrónicas, como La Corona, cuyo actual inquilino goza de mis respetos, no así su antecesor cuya inviolabilidad, consagrada en la Constitución, le ha librado de procesos judiciales a día de hoy. Y muchos también se preguntan porqué, gracias al régimen autonómico, tenemos una administración tan enorme y pesada con duplicidades administrativas que enmarañan cualquier trámite o porqué tenemos tantos políticos (muchos más que en cualquier otro país) viviendo de "hacer" política, y lo entrecomillo porque los hay que hacer hacen poco. Estoy seguro de que esa discusión llegará, pero hoy no toca. Lo que sí toca es coger el paraguas para protegerse del aguacero que se avecina. Porque Don Sánchez vive una tormenta provocada por el virus y que él ha convertido en perfecta con sus amistades peligrosas. Les recuerdo que en la película del mismo título, y perdonen si se la destrozo, el barquito se va a pique y no se libra de la zozobra ni el gato.
Don Sánchez tiene ya una biografía que le describe a la perfección. Es un tipo que resiste los embates y contratiempos porque es un experto en la llamada resiliencia, la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas. Hasta escribió un libro, perdón, tuvo a bien que su amiga Irene Lozano, Presidenta del Consejo Superior de Deportes, plasmara negro sobre blanco sus sesudas reflexiones vitales como hombre entregado al servicio público. Don Sánchez rozó el infierno cuando se vio obligado a dimitir como secretario general del PSOE en octubre de 2016. En mayo de 2017, cual ave Fénix resurgió, escapó del averno y se erigió de nuevo como el endiablado secretario general. Así era, es y seguirá siendo el personaje. Un tipo con una ambición desmedida. Perseverante hasta la tozudez, insistente hasta la pesadez, tenaz hasta lo insoportable. Un ser contumaz con una personalidad digna de estudio. Se ha valido de un partido histórico para crear uno nuevo, el partido sanchista al que le sobran la O y la E. Muchos antiguos dirigentes del PSOE reniegan de Don Sánchez en privado y alguno ya hasta en público. Los críticos, por lo general, son aquellos que ya se despegaron de la primera línea y observan atónitos, en un dorado retiro, el devenir de los acontecimientos.
La trágica crisis sanitaria con una letalidad sobrecogedora, y estoy seguro de que aumentada en España por la respuesta tardía del Gobierno, ha roto las costuras del traje hecho a remendones por Don Sánchez. Un gobierno con el enemigo en casa está abocado al desencuentro, al conflicto y, por fin, a la ruptura. El problema de todo ello es que las víctimas de las desmesuras de este individuo somos todos los administrados. Pero es que además, el problema no solo está en él, desgraciadamente. Nuestra llamada “clase” política hoy no tiene grandes referentes. Sigue primando el quítate tú que me pongo yo y mientras tanto no molestes. Sigue primando el antagonismo irreconciliable. Sigue primando la ambición personal. Con nuestros mandatarios de hoy parece utopía un entendimiento por el interés general del ciudadano, una conciliación de ideas que, aunque diferentes siempre pueden tener puntos de convergencia. Pensar así tal vez sea solo de ingenuos. España hoy parece repetir la escenografía catalana. Una clase política que inocula en la ciudadanía ideologías que provocan la fractura social e incluso el enfrentamiento. No se habla ya casi del “proces”, aunque algunos sigan erre que erre con esa matraca, pero en las calles de todo el país ya estamos viviendo escenas de violencia. Se están inflamando las calles desde los púlpitos políticos y si la mecha prende el problema será muyo mayor.
El estrépito social y económico del coronavirus es ya una realidad pero la política tiene mucho que decir para que el impacto no arrase durante muchos años nuestro estado del bienestar. Y qué quieren que les diga, con lo que hoy veo me cuesta ser optimista.
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