¿Cómo medimos la utilidad de una cosa? Pensamos que algo es útil porque sirve para hacer algo. Es una regla bien sencilla. Resulta que los seres humanos tenemos una vida "útil" mientras podamos trabajar y arrimar el hombro, entendiendo la palabra útil desde una concepción puramente materialista o mercantilista porque la vida —¡qué duda cabe!— es un regalo casual, y el único objetivo —si es que hay alguno— es el de disfrutar de la existencia todo lo posible. Pero tal y como está planteada nuestra occidental longevidad capitalista, hemos de trabajar para subsistir y, además, contribuir con nuestro esfuerzo pagando impuestos para, así, sostener la que algunas cursis denominan sociedad del bienestar. Bien, así que ese es el plan. Hay que nacer, crecer, estudiar, prepararse, luchar y hacerse un hueco en el mercado laboral al objeto de tener una vida con proyectos, ilusiones y, —por qué no– también sueños. Es el plan, salvo que se opte por una alternativa vital no convencional y se apueste por vivir al margen de condicionantes sociales o normas establecidas.
Lo bonito de estar vivo es la incertidumbre, el no saber qué pasara mañana, la semana que viene o, si me apura, dentro de un rato. De nada vale programar porque el azar es caprichoso y lo mismo te da un zarpazo que un empujón. Si usted es de los "convencionales", con un poco de suerte y buena actitud: cumplirá años, se batirá el cobre como un jabato, conseguirá sobrevivir dignamente trabajando y hasta construirá una familia. Se podrá dar por satisfecho. Tal vez, su medio de vida no habrá sido el ideal que soñó de joven; puede que su actividad profesional no fuera más que una manera de pagar facturas y salir adelante… si es su caso, dejar de ser "útil" para la sociedad (dejar de trabajar) es un deseo irrenunciable. La vida pasiva estará más que merecida y tendrá usted todo el derecho del mundo a, simplemente, vivir y disfrutar del tiempo, la única medida que iguala a todos los seres humanos. Porque el tiempo vale lo mismo para cualquier persona.
Retirarse de la vida útil y percibir una pensión es un gran logro de nuestra sociedad. Hemos construido un sistema solidario de redistribución que es un bien preciado para quienes se convierten en seres "pasivos". La piedra fundacional del sistema español de pensiones comenzó en 1908 cuando se creó el Instituto Nacional de Previsión para financiar el retiro de los trabajadores, pero no era obligatorio; eso llegaría en 1919 con el Retiro Obrero. Cada trabajador abonaba diez céntimos al mes. El Estado ponía una peseta, y los patronos, tres pesetas mensuales. Si el trabajador había cotizado durante 20 años, al cumplir 65 años devengaría una pensión de una peseta al día o, lo que es lo mismo, 365 pesetas anuales. Pocos serían los beneficiarios del sistema puesto que la esperanza de vida en aquellos años estaba lejos de los más de ochenta actuales.
En su concepción, la pensión se debió diseñar como un complemento del ahorro privado y no como un sueldo vitalicio hasta el fallecimiento. Pero es que además, el crecimiento vegetativo, la pirámide poblacional (es decir, nuestra sociedad actual) está envejecida. Es de puro sentido común que el sistema de pensiones sea reformado porque la sociedad ha evolucionado. ¿Es lógico que una persona sea prejubilada con 60 años —o menos, incluso— y perciba una pensión durante 25 años, caso más que posible? Si esa persona hubiese comenzado a cotizar a la tierna edad de 25 años, habría trabajado 35 años y estaría otros 25 cobrando su pensión. La cuenta no sale bien.
Desde hace mucho, se viene hablando de la insostenibilidad del sistema, pero ningún partido —ningún gobierno— se atreve a ponerle el cascabel al gato. Es impopular, claro. Son 6 millones de jubilados, diez mil millones de euros al mes (20 mil en julio y diciembre, por cierto). La pensión media roza los 1200 euros, aunque las máximas llegan a los 2700 euros que, con retención, eso sí, quedaría en unos 2300 euros.
En algún momento, alguien tendrá que hacer algo al respecto de la sostenibilidad del sistema. El ministro de Seguridad Social, Escrivá, hace poco hablaba de incentivar la actividad y, así, alargar la vida útil. No habló de obligar, por decreto, a una jubilación más tardía. Se trata de estimular a quien desee seguir trabajando y no desalentarlo. Hay muchas personas cuya vida está intrínsecamente ligada a su actividad profesional: pienso en los artistas, por ejemplo, o en los docentes o en los investigadores o en los escritores, los intelectuales, los filósofos, los médicos… solo por citar algunas profesiones u oficios de los que alguien no quiere jubilarse porque, para ese alguien, sería jubilarse de la vida. A nuestra ínclita clase política actual es a la que hay que llevar al retiro antes de que terminen por joder completamente todo nuestro sistema de protección social. Para estos políticos de hoy sí habría que pedir ya la jubilación anticipada.
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