La vieja

Acababa de salir de la peluquería. Uno de esos establecimientos de barrio de toda la vida, donde la dueña empezó joven, y ahora, ya cerca del retiro, pela a las hijas o incluso las nietas de sus primeras clientas.

Charo se despidió de Flora, la dueña de la pelu, y fue a buscar algo en la carnicería. Escuchó cerca el murmullo de la plazoleta. Era sábado y los sábados los chavales jugaban al fútbol, formando las porterías con los jerséis hechos un gurruño, y un balón duro y mil veces pateado.

Pensaba la señora en aquel día tan hermoso, y lo bien que le quedaba aquel tinte. Caminaba despacio, sin prisas.

Dio la vuelta y los vio jugar. Una docena de críos, sudorosos y excitados corrían en pos del balón, entre gritos, lamentos y alguna palabrota. Los pelotazos se sucedían.

-¡Cuidado con la vieja! -gritó uno de ellos.

Charo agradeció que los críos tuvieran precaución de no pegarle un pelotazo a la persona mayor que iría tras ella.

-Tío, ¡cuidado con la vieja! -chilló otro.

Charo pasó la 'zona de peligro' y fue a volverse para comprobar que 'la vieja', hubiera pasado también por detrás de la misma portería por donde había pasado ella, y que estaba fuera del alcance del balón. Pero al volverse se hundió en la miseria: detrás de ella no había nadie.

-¡Saca, Manolo, que la vieja ha pasado ya! ¡Pásala, pásala!

¡¡¡Gooool!!!

Autor: Juan Manuel Sainz Peña (escritor)