Libertad de expresión

22/01/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Es un derecho irrenunciable y sagrado de las sociedades avanzadas. Se supone o, incluso, se presupone. ¿Es este axioma una realidad incontestable? ¿Considera usted que le asiste el derecho a manifestar públicamente lo que le salga del alma? Se dice que la libertad de un individuo encuentra su límite donde empieza la de otro individuo. Es decir, según este principio sí que tenemos un terreno de juego delimitado y acotado para disfrutar de nuestra libertad. Ese campo de acción tiene normas: las que nos otorgamos como sociedad en la que hemos de convivir respetando al prójimo con conductas cívicas y civilizadas.

Es una evidencia palmaria. Los seres humanos hemos de tener orden y concierto si queremos convivir con el resto de la humanidad en paz y armonía. Así, cuando alguien se salta las normas de convivencia, se ha de actuar para corregir el desmán, reprender a la oveja descarriada y encauzarla de nuevo en el camino adecuado. ¿Significa eso que hemos de ser como borregos que pastan en un prado más o menos grande pero cercado? Evidentemente,no. La discrepancia y la confrontación de pareceres son muy sanas y necesarias.

Somos libres de pensar y de decir lo que pensamos sin más límite que la ley, sin más frontera que la ofensa, el insulto, la calumnia… en suma, la agresión verbal. El debate de la libertad de expresión llega hasta el humor. ¿Ha de tener límites el cachondeo? ¿Se pueden utilizar determinadas palabras que, quizá, hieran sensibilidades de los "ofendiditos", esos a los que se les eriza el vello con pasmosa facilidad? ¿Hay que ser, en pleno siglo veintiuno, políticamente correctos en toda circunstancia y contexto?

Sinceramente, creo que a la sociedad se le ha vuelto la piel muy fina y hoy tenemos menos libertad expresiva que hace 40 años. Se haga lo que se haga y se diga lo que se diga, siempre aparece alguien que considera un atentado personal una alusión, una referencia, un comentario, un dibujo o una foto. Vivimos en una sociedad encorsetada con un pensamiento único (el desvirtuado y maleado progresismo del que algunos políticos se han apropiado) y todo lo que sea salirse de ese esquema mental es, inmediatamente, denostado y descalificado. Es triste que hoy haya quien decida guardarse su opinión, constreñir su libertad de expresión por el miedo a ser tildado de anacrónico, en el mejor de los casos; fascista, machista o xenófobo, en el peor. 

La libertad para mostrar opiniones personales encuentra su altavoz público en las redes sociales, dondeademás se pueden amparar en el más absoluto anonimato. Tal vez sería buena idea que no se permitiera esta práctica de los "fantasmas" sin filiación porque favorece el salvajismo, a veces llegando a las amenazas, y la elusión de responsabilidades. Son muchas las cuestiones a mejorar por las gigantes compañías que se hallan detrás de las redes sociales, pero cómo evolucionarán es una absoluta incógnita. Hay quien sostiene que hoy, si alguien no está en las redes digitales, poco menos que no existe… Una apreciación absolutamente excesiva. Se puede vivir sin ellas y, aún diría más, sería hasta saludable desconectar ocasional o definitivamente. Había vida antes de internet, algo que parece sorprender a los más jóvenes.

¿Son las redes sociales soberanas para coartar o limitar la libertad de expresión de sus clientes/usuarios? Recientemente, se ha polemizado con la decisión de Twitter de cancelar sin remisión la cuenta del que aún era presidente de EEUU. Algún profesional de las redes (es decir, alguien que vive básicamente de su exposición en ellas) ha criticado ferozmente la discrecionalidad del gigante mediático, considerándola un atentado a la libertad de expresión y un peligroso precedente. Pues bien, que una empresa se reserve el derecho de admisión es legítimo y está en su derecho de prohibir el acceso a su aplicación. Al margen de la gestión política de Trump durante su mandato, que a tenor de los datos económicos y de empleo no ha sido tan desastrosa como muchos nos quieren hacer ver —el pensamiento único—, es evidente que el tipo se ha caracterizado por decir barrabasadas en su Twitter.

El problema de que alguien publique tonterías o barbaridades, como lo de que el COVID se quitaba con lejía, es el alcance de sus mensajes. Cuando el atrabiliario personaje arrastra multitudes, sus descabelladas consignas pueden provocar terremotos sociales; así que no parece que limitar su eco sea tan mala idea. Prohibirle a él o a cualquiera el uso de una red social no es un atentado a la libertad de expresión: es el libre ejercicio de la autoridad que una empresa privada puede hacer en el uso de sus servicios.

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