Mens sana

21/06/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Ser joven es sentirse en plenitud, es pensar que todo es posible y que el tiempo es indefinido. No existe la finitud de la vida cuando se tienen 20 años y la juventud rezuma hormonas. La conciencia del paso del tiempo y de nuestra volatilidad aparecen cuando alguien cercano muere. El impacto estremece y es una píldora de realidad. Una enfermedad inesperada puede sobrevenir en cualquier momento, es evidente. Pero si la suerte biológica no es esquiva, será el paso de los años —con el lógico desgaste físico— el que nos hará preocuparnos por la salud física. 

El deterioro físico es una putada. Hay gente que mantiene una vitalidad envidiable. Se mantiene activa y respira jovialidad en su día a día. Sin embargo, el tiempo es ese inexorable enemigo que poco a poco va mermando las capacidades por más que nos empeñemos en mantenernos jóvenes. Nuestra maquinaria palidece con los años, y la visita al mecánico —vestido de blanco— se convierte en rutina.

La calidad de vida es un concepto mil veces mentado. Y llegar hasta el final del camino decentemente se convierte en la mayor preocupación de quienes disfrutan de la longevidad. Pero el físico es solo una parte de la ecuación vital. ¿Dónde queda lo psicológico? ¿Qué pasa con la salud mental

Los desequilibrios y la inestabilidad emocional pueden aparecer pronto, aun siendo un pequeño querubín. La infancia tiene una importancia capital en el desarrollo futuro de todo ser humano y puede instaurar traumas, que se manifestarán en la vida adulta. La mente suele ser nuestro peor enemigo. Una voz interior que puede boicotearnos, insultarnos, limitarnos, bloquearnos… jodernos, en suma. O, por el contrario puede remar a favor y favorecer nuestras ilusiones potenciando nuestras fortalezas.

El poder de la mente es formidable. Tenemos ejemplos de personas atrapadas en cuerpos físicamente condicionados o limitados y que, sin embargo, atesoran una fortaleza mental que les procura una vida plena y feliz. «Mens sana in corpore sano» es un axioma ideal, claro. La cuadratura del círculo. Aunque, a menudo, parece que solo ponemos el énfasis en la segunda parte de la frase. ¡Y no! La psique debe ser una prioridad. Si no se tiene equilibrio emocional, la vida se convierte en un desbarajuste en el que podemos ir como pollo sin cabeza. 

Hay que poner en el foco del debate público la salud mental. Según datos del Instituto Nacional de Estadística en 2020, las víctimas de la salud mental en España fueron 1343 personas; 1343 muertes voluntarias… 1343 suicidios: La palabra maldita sobre la que hay un pacto de silencio colectivo (socialmente, por el qué dirán y el estigma; mediáticamente, para evitar el "efecto contagio", según un obsoleto estudio de principios del siglo veinte). La cifra, dicha de otra forma, produce un mayor escalofrío: Cada día se suicidan en nuestro país tres personas.

El año pasado, los muertos por accidente de tráfico en España fueron 870; las víctimas de la violencia de género, 43. Estas son dos cuestiones que nos preocupan como sociedad y que están en el ojo público. Pesan en la conciencia colectiva gracias al empeño político y al eco mediático. Son problemáticas presentes, siempre de actualidad. ¿Por qué no ocurre lo mismo con la salud mental? ¿Por qué no existen programas públicos adecuados de atención temprana para la depresión o los desequilibrios emocionales? ¿Qué pasa con la atención psicológica y psiquiátrica en la salud pública? Los enfermos mentales no son locos porque no hablamos solo de dementes o serias discapacidades cognitivas: Hablamos de muchísima gente porque todos —sí, TODOS— podemos sufrir en algún momento de nuestra vida alteraciones mentales que nos hacen sentir perdidos, nos hacen necesitar ayuda profesional para seguir adelante y retomar "saludablemente" el timón. La reciente pandemia ha revelado la fragilidad de nuestra mente y cómo una situación inesperada e insólita —como esta crisis sanitaria, social y económica— puede quebrar nuestra estabilidad. 

A nuestros políticos y a nuestra sociedad en su conjunto se les llena la boca diciendo aquello de que «Disfrutamos de la mejor sanidad pública del mundo». Posiblemente tengamos una gran sanidad pública, a pesar de que nuestra clase política juegue mal y sucio con el dinero público, pero también es cierto que es mejorable y que la salud mental es una asignatura pendiente. Los problemas emocionales y mentales deben ser atendidos en tiempo y forma en la sanidad pública. Hoy, quienes no gozan de salud mental están desasistidos (ellos y sus familiares, que se sienten abandonados, sin el auxilio ni la atención necesaria para, en algunos casos, evitar un anticipado final trágico). Hace falta conciencia social sobre la salud mental para que quienes nos gobiernan actúen en consecuencia y acierten, aunque sea solo una vez.

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