Triunfar en la vida. ¿Qué significa eso? ¿Ganar mucho dinero? ¿Gozar de notoriedad pública? Tal vez, ¿disfrutar del hedonismo más absoluto? Quizá, ¿vivir rodeado de personas que quieres y que también te quieren? No hay una respuesta simple. Y es que la vida de cada ser humano no tiene un propósito determinado. Somos el resultado del azar. Vivimos de casualidad, gracias a una suerte completamente aleatoria. La gracia es que somos racionales y esta racionalidad nos otorga conciencia sobre nuestra existencia. Cada uno es rey en su tablero, es el soberano hacedor de su destino, de su proyecto de vida con arreglo a sus expectativas.
La vida es un suspiro y cuando vienes a darte cuenta ya has consumido buena parte del regalo. Da un poco de vértigo tener la certeza de que la mirada hacia atrás tiene ya más recorrido que la que se dirige al futuro. Ya hay un gran trecho del camino disfrutado, experimentado, sufrido, vivido, en suma. Muy posiblemente han pasado los años más "explosivos", los tiempos de experimentar sin temor a equivocarte porque, claro, aun queda mucho por delante. La retrospectiva siempre es ilustrativa. Someter a examen lo vivido hasta llegar al presente tiene su interés, porque ese trayecto, con sus empinadas cuestas, sus idas y venidas, sus tropiezos, sus curvas, es el que te ha llevado hasta donde estás hoy.
Comencé a trabajar, aunque básicamente fuera un hobby, a mis tiernos 16 años. A finales de los ya lejanos años 80, en una emisora de radio local de mi ciudad, inicié mi contacto con la comunicación. En realidad, empecé a jugar con el micrófono presentando canciones. Nunca pude imaginar entonces todo lo que vendría después. El inicio temprano de mis colaboraciones en la radio me supuso responsabilidad, esfuerzo, y compromiso, unos valores que conviene practicar lo antes posible. Es la manera más eficaz de saber que en la aventura de la vida hay que trabajar, en el más amplio sentido de la palabra, para conseguir lo que te propongas. Aunque la frustración ante los objetivos no alcanzados forma parte del juego, es evidente. Bienvenido a la realidad. Quienes venden aquello de que "todo es posible, solo hace falta desearlo", no son más que charlatanes de feria, simples "vendehúmos".
La suerte es la sempiterna compañera de viaje en la aventura de vivir. Pero creo en la buena suerte, aquella que se puede disfrutar propiciando, uno mismo, las circunstancias que pueden favorecer el resultado perseguido. Como decía Picasso, que "la inspiración me pille trabajando". La actitud tiene mucho que ver para alcanzar un objetivo, hay que reunir méritos para llegar hasta la cumbre. La "meritocracia" es un término muy usado últimamente, pero por echarla de menos. Su acepción se refiere a que un Gobierno esté formado por los mejores por sus méritos. Y podemos hacerla extensiva a la sociedad en su conjunto.
El mérito ha de ser premiado. Es la justa recompensa del esfuerzo y debería ser una máxima indudable. Ocurre que, en nuestra muy imperfecta sociedad, lo del mérito ha perdido gran parte de su valor. Los mejores, los más capaces, los más preparados a menudo son relegados y proscritos. Parece que la excelencia ofende a los mediocres, obsesionados por evitar que su mediocridad reluzca en todo su esplendor y así poder mantener su estatus.
Apisonar la meritocracia en favor de la mediocridad es una práctica cada vez más extendida socialmente, y como la política es fiel reflejo de la sociedad, es por ello que las cortes generales a menudo se parecen a un patio de vecinos. A la política debería llegar lo más granado de cada casa, los mejores en su especialidad que tuvieran a bien dedicar unos años de su vida al servicio de lo público. Pero mire, son habas contadas.
Los partidos políticos son corporaciones y muchos se agarran a la empresa política como si fueran sanguijuelas. No hace mucho, un tal Abalos decía que él había venido para quedarse y que nadie le iba a echar. Se afilió al PSOE en 1981 y parece que su licenciatura en magisterio le dio para trabajar como profesor tanto tiempo como tres meses. Desde 1983 ha vivido de la política. Ha caído en desgracia, pero el ex ministro de transportes ahora preside la Comisión de Interior en el Congreso que vaya usted a saber de qué va. ¿Cuáles han sido sus méritos para hacer su larga carrera profesional en la política? Tal vez moverse bien entre las procesolas aguas del poder. Hay casos que llegan a provocar sonrojo, vergüenza ajena. Es lo que parece el caso de Alberto Garzón a quien una carambola situó como ministro. Este muchacho, nacido en 1985, mete la pata cada vez que abre la boca. Las estupideces son marca de la casa como decir que el turismo en España es de "bajo valor añadido", impulsar una "huelga de juguetes" para reivindicar unos juguetes no sexistas, o promover una campaña para detectar el roscón de reyes saludable. Lo último del lumbreras fue su aportación incendiaria a un periódico inglés hablando de la carne española y las macrogranjas. Sus declaraciones provocaron un terremoto en el sector ganadero y unos perjuicios incalculables. No se puede hablar a la ligera sin calcular el calado de lo que se dice.
Garzón no estaba en la peluquería y no hablaba como ciudadano sino como miembro de un Gobierno. Sin entrar en el fondo de lo que dijo o dejó de decir, hay que ser hábil con la dialéctica para no quedar en evidencia y crear una controversia negativa para mucha gente que vive de la ganadería. En fin. Así nos luce el pelo. Los referidos son solo un par de ejemplos. El arco político no distingue lados; los vividores de la política se encuentran a derecha, y a izquierda, y son de todos los colores. No hay que bucear mucho para comprobar cómo la excelencia es una rara avis en nuestro suelo patrio.
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