Hablar de la invisibilidad de las mujeres en el Arte parece un
contrasentido, cuando una parte importante de la temática de la mayor parte de
las obras de arte tiene como objeto figurativo la imagen de la mujer. Pero
sobre lo que me gustaría reflexionar hoy, “Día internacional de la mujer” es en
el tratamiento que se le ha venido dando a lo largo de los siglos.
Es cierto que la mujer ocupa una parte muy importante de la historia del
arte, en cuanto a su representación, ¿pero de qué manera, en función de qué?
¿Cuál es el tratamiento que se le da? ¿Cómo está representada? Como iconógrafo
estoy acostumbrado a verla como personificación de las más diversas alegorías.
Dependiendo del atributo que porte, la mujer puede simbolizar la justicia, la
avaricia, la envidia, o mil diversos conceptos. Si no lleva ningún atributo, lo
normal es que represente la tentación para el hombre, el pecado, sobre todo el
de la lujuria, al cual, según los tratadistas, la mujer está muy inclinada.
¿Qué es lo que se valora en la mujer? La respuesta es unánime: la virginidad y
la castidad. A la mujer no se le va a pedir inteligencia, no se le va a exigir
sabiduría.
La mujer representa un peligro para la humanidad, sólo hay que recordar
el papel representado por Eva en la historia bíblica. Es la tentación, la
causante de todos los males. Por tanto la influencia femenina no es deseable, y
no se puede esperar nada bueno de la mujer. Sólo hay que ver los múltiples retablos
barrocos que existen en las iglesias, en los cuales, bajo la apariencia de las
almas condenadas, y como alegoría del pecado y de los peligros de la mujer,
voluptuosos cuerpos femeninos, enmascaran, o al menos lo intentan, el aspecto
erótico de la mujer.
Ese es el otro aspecto a tener en cuenta. La mujer como objeto erótico.
Bajo la apariencia de diversas “historias”, como la de Susana y los viejos, o
Betsabé, lo que se está intentando es plasmar por medio del cuerpo desnudo de
la mujer, ese oscuro objeto de deseo que la religión niega en el concepto de
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amor. Se desprecia, pero se desea. Se anatematiza, pero se busca. Se condena,
pero se representa en los altares. Se rechaza, pero contribuye a erotizar los
interiores de las iglesias, a veces con una voluptuosidad que no hace creíble
el rechazo que proclama.
Dejando aparte los retratos de encargo, siempre aduladores, pocas veces
la imagen de la mujer es representada por sí misma, por el hecho de ser mujer,
por el hecho de ser persona. No ocurre así con el hombre, representado en
múltiples ocasiones y con variadas formas.
Traigo aquí el retrato de Doña Beatriz Giralt, la esposa del caballero
Don Pedro Benavente Cabeza de Vaca, uno de los pocos retratos femeninos, yo
diría que el único, del Renacimiento en Jerez. Está representada en el patio de
su palacio, a la misma altura y con la misma dignidad que su esposo, no en
función de él, sino como símbolo de la perfecta armonía entre los esposos,
formando parte de un complejo y profundo programa iconográfico, en el cual el
caballero proclama su fidelidad a una única dama, su esposa.
No es este un caso habitual dentro de la mentalidad de la época. Tal vez
esta profesión de fe y de igualdad en el tratamiento de la mujer, haya que
encuadrarla dentro de la mentalidad erasmista del dueño de la mansión, muy
diferente al entorno que le rodeaba.
Hoy día, la imagen de la mujer sigue siendo, cada vez en menor medida, el
reclamo erótico para cualquier publicidad. La mentalidad del patriarcado, se
nos ha grabado a fuego en nuestras conciencias, y cuesta sacudirla. Esperemos
que más pronto que tarde, la mujer sea tratada tanto en el arte, que a fin de
cuentas es tan sólo un reflejo de
la sociedad, con el respeto que toda persona se merece, en un plano de igualdad
absoluta con el hombre.