Mujeres al borde de un ataque de nervios

11/03/23 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Parafrasear el título de una divertida película sirve para describir el estado en el que algunas féminas parecen encontrarse. La presente reflexión no es una oda contra el feminismo, que enseguida se le echan a uno al cuello cuando se abordan temas sensibles en la sociedad actual. Aunque la verdad sea dicha, hay una legión de ofendiditos con cualquier asunto, ya sea el clima, la alimentación, el IPC o el sexo de los ángeles. La libertad de expresión se supone que nos asiste y es sana ejercerla desde la educación y las buenas maneras. Lo chusco y lo ordinario no deberían formar parte de la ecuación. Perder las formas es casi perder la razón. El verbo, que nos distingue del resto de la fauna planetaria, es la clave a sostener. 

El feminismo es una de esas cuestiones que eriza la piel de mucha gente. Si vamos a la raíz de la palabra podríamos entender que el feminismo es el antónimo del machismo. Por lo tanto, habría que deducir que el feminismo significa la supremacía de la mujer frente al varón. Pero que no se me encienda nadie. En nuestro suelo patrio, feminismo significa, según la RAE, principio de igualdad entre hombres y mujeres. Habría que enmedarle la plana a la Real Academia de la Lengua y proponer la palabra "igualitarismo" que en nuestro idioma recogería mejor la acepción. Y es que, el feminismo hay algunas personas que lo llevan a una concepción de superioridad, de revanchismo contra el heteropatriarcado restrictivo y castrante soportado por la mujer desde tiempos inmemoriales.

Nadie con dos dedos de frente y con una mentalidad acorde a los tiempos que corren considera a la mujer inferior al hombre ni la discrimina por razón de género. Muchas mujeres en el mundo siguen subyugadas por los hombres por razones culturales, religiosas o por una combinación de ambas. Pero en el primer mundo, ese en el que nos encontramos felizmente, la lucha de sexos ha pasado a la historia. Pueden quedar, claro que sí, los llamados micromachismos, gestos que evocan un pasado demasiado reciente. Las mentalidades no cambian de un día para otro, es cierto. Pero que hoy la mujer en este país nuestro no vive inmersa en una sociedad opresora y limitante es una realidad incontestable. Sin embargo, hay seres, criaturas iluminadas empeñadas en convertir lo puntual y minoritario en categoría de problemón universal. Es una bandera que no quieren soltar y que enarbolan con orgullo irracional y proclamas que sonrojan. ¿Cómo encajar los cánticos de algunas damiselas en su encuentro callejero del 8 de marzo?

El feminismo radicalizado, extremadamente ideologizado, pierde el sentido y también la razón de ser. Es un feminismo furibundo de trinchera enzarzado días tras día en una batalla permanente contra un enemigo invisible, que existe sobre todo en su imaginación. Afortunadamente, cada vez más mujeres se descuelgan de esta feroz versión femenina y dejan de sentirse representadas por esa caterva de voces que con frecuencia solo dicen sandeces. El catálogo de estupideces planteadas por la secretaria de Estado de igualdad no deja de aumentar día tras día. Si Pam dijera sus pamplinas en un bar con amigas tendría gracia, pero el problema es el altavoz que se le presta que multiplica su alcance… y hay mentes muy influenciables, mire usted. 

Me declaro igualitarista, que no feminista. Abogo por la plena igualdad en derechos y obligaciones de machos y hembras, pero eso sí, diferenciando los sexos porque la biología tiene mucho que decir en ese aspecto. Por eso las mujeres pueden parir y los hombres no, por eso la fisonomía de hombres y mujeres difiere. También sostengo que el género se divide en masculino y femenino, pero que desgraciadamente hay personas que sufren la llamada disforia de género que les hace sentir que están en un cuerpo equivocado, un drama que hoy la ciencia puede atenuar que no solucionar. Porque amputar unos atributos sexuales y someterse a tratamientos hormonales deja secuelas físicas y psicológicas sin duda alguna. 

Hoy vivimos en una sociedad en la que es difícil mantener la cordura y no dejarse arrastrar por corrientes de opinión que pueden parecer generalizadas. No debemos someternos a la Ley del silencio y tener miedo a expresar nuestra forma de pensar desde la más absoluta libertad de expresión. Hay muchas mujeres, por suerte, que no están al borde de un ataque de nervios y que mantienen sus convicciones femeninas sin pensar en luchas de sexo y sin criminalizar constantemente al varón por el simple hecho de serlo.

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