En estos días aciagos para la democracia, asistimos estupefactos a la
actividad, extraparlamentaria por supuesto, que los diferentes partidos
políticos están llevando a cabo, destinada a capear un temporal del que no
saben como salir, bien es verdad que unos peor que otros.
El partido supuestamente de izquierdas, tras el suicidio a que se sometió
voluntariamente por parte de su ala más conservadora, defenestrando en un golpe
palaciego al secretario general, por primera vez elegido en primarias, intenta,
que para algo lo hizo, entregar el poder al partido de la derecha más
conservadora, y más corrupta, de toda Europa, pero que no parezca que el golpe
de estado interno se hizo para eso. Lo mas curioso es que en ningún momento se
habló de ideas, sino de mantener la unidad sacrosanta de la patria. Sin
comentarios.
El partido de la derecha, al que la izquierda va a dar el poder, está
imputado en un macrojuicio por corrupción, en el cual, una gran parte de sus
dirigentes están sentados en el banquillo de los acusados.
El otro partido, teórico de la izquierda, se debate en una duda metódica
a ver si sigue siendo un partido de asustaviejas o dan el salto hacia el
parlamentarismo efectivo y maduro. Parece que lo de ser l’enfant terrible tiene
su tirón, y perder ese caché no gusta. En el fondo hay el síndrome de Peter Pan
político, al menos hasta llegar a la Moncloa, en palabras de uno de sus líderes.
Lo más terrible, y lo que a mi, particularmente me deja auténticamente
anonadado, es que el pueblo llano no está invitado al espectáculo. Asiste desde
la barrera, como mero espectador, sin poder tener arte ni parte. ¿De qué vale
que hayamos elegido con nuestro voto a una serie de representantes, si estos no
se sienten obligados a nada para responder ante el electorado? ¿Qué fue del
poder legislativo, que tanto trabajo costó conseguir? ¿En nombre de quién
legislan? ¿Para quién?
El sistema está viciado, pervertido, desde el principio al ser las listas
electorales cerradas. No se puede elegir al representante. Se elige unas
siglas, y estas son las únicas responsables. Así se puede disponer del voto de
unos parlamentarios en bloque, sin contar con la voluntad, ideología o
pensamiento de cada uno de ellos.
En los partidos políticos, a la hora de votar en el Congreso no existe la
libertad de voto. Todos y todas tienen que acatar la disciplina de voto, a
pesar de ser ésta anticonstitucional. El voto es personal e indelegable. Sin
embargo, el no acatar la disciplina de partido puede suponer multas o, en caso
de ser reiterativo, la expulsión del partido. Estamos ante el pensamiento
único. No se quiere en los partidos políticos seres inteligentes y cabezas
pensantes, que razonen. Se exige obediencia absoluta a lo que ordene un órgano
dirigente, que en un momento dado, a una seña, obliga a todos los componentes
del grupo parlamentario a emitir el mismo voto, sin discrepancias. Sólo se pide
un dedo capaz de pulsar un botón.
¿Estos partidos políticos son la base de la democracia?. Entonces,
sinceramente no se lo que es la democracia. Los partidos políticos, en el
contexto político español actual, son entelequias, entidades que funcionan al
margen de la realidad.
Pero lo mas extraño es que lo aceptemos y los sigamos votando. Lo absurdo
ha entrado a formar parte de nuestras vidas.
No, mi señor don Quijote, no son gigantes…