La Inquisición española, una vez pasado el primer momento de su creación
por los Reyes Católicos, cuando su objetivo principal era el de perseguir a los
judíos conversos, ha de diversificar sus prioridades, habida cuenta de que tras
los autos de fe masivos, en los cuales se queman por centenares los denominados
falsos conversos, y manteniendo una férrea vigilancia sobre los cristianos
nuevos, a la que nadie escapa, ni tan siquiera los nobles o los religiosos,
piénsese en santa Teresa, sobre la cual planeó siempre la sombra del Santo
Oficio. Entre los nuevos objetivos a los que dirige su mirada, siempre
vigilante, siempre alerta, es a los reos acusados de cometer el pecado nefando, cuyo fin era,
inexorablemente, la relajación al brazo secular, y la consiguiente muerte en la
hoguera. La Iglesia católica, siguiendo las enseñanzas de la Biblia, considera
que nadie que ose trasgredir esa ley sagrada merece el perdón, tal como sucedió
a las ciudades de Sodoma y Gomorra, destruidas por fuego por Yahvèh, de forma
inmisericorde. Si tan sólo hubiera un justo…, pero no lo había. ¿Qué se
entiende por justo? Marca así ese dios terrible, intolerante y vengativo una
forma de comportamiento, una sexualidad que hemos de considerar ortodoxa, que
no quiero llamar “normal”, ya que la normalidad no existe. ¿Quién es normal?
¿en qué consiste esa normalidad?.
Atrás, muy lejos, sepultada en normas y decretos religiosos, queda una
sexualidad muy distinta de la época clásica. En la antigua Grecia y en Roma, la
homosexualidad no sólo no estaba prohibida, sino que se consideraba necesaria.
Todo hombre maduro tenía el deber, la obligación, de tener un amante joven, al
cual trasmitirle el poder, el conocimiento, la fuerza, la masculinidad, en su
relación iniciática. El amor hacia los jóvenes se consideraba el más puro, el
más limpio, exento del deber de la procreación. Con la llegada del cristianismo
no desaparece la homosexualidad, es imposible eliminar la naturaleza, el deseo,
pero queda sepultada, oculta, maldita por el estigma del pecado, de la
suciedad, asimilándola a las prácticas demoníacas.
Esta ideología, marcada fuertemente en el caso de occidente por el control
religioso, es el que ha llegado a nuestros días. Hasta hace muy poco, apenas
unos años, la homosexualidad y no hablemos de otras formas de sexualidad o
género, era reprimida y castigada por unas leyes que intentaban imponer una
ideología cristiana, y un pensamiento único. Se decía que la homosexualidad
subvertía el orden establecido, que era poco menos que el socavamiento de la
sociedad y el orden piempensante. La democracia ha traído la legalización, y
poco a poco, espero que la tolerancia. Una tolerancia muchas veces encubierta
por tintes abiertamente homófonos, como cuando se habla del lobby gay, cuando
se hacen lista de los 50 homosexuales de mayor importancia e influencia.
(todavía no he visto una lista de los 50 heterosexuales más influyentes.
Hoy se ha celebrado el día del Orgullo. Es una celebración, una
reivindicación, el triunfo de una conquista, a la que cada vez más se apuntan
los políticos, tratando de buscar un voto, aunque no se si creyendo de verdad
en lo que predican.
Personalmente creo en el orgullo de la tolerancia, del respeto, de la
igualdad. Estoy de acuerdo en la celebración de este día, por una razón muy
sencilla, por la discriminación que el colectivo LGTBI ha sufrido a lo largo de
los siglos. Hoy, las banderas del colectivo LGTBI ondean orgullosamente en un
gran número de ciudades. Bajo su sombra debemos cobijarnos todos y todas. Es la
bandera de la igualdad, pero también de la lucha y el sufrimiento, de la
persecución sufrida durante siglos.
Aún hoy, que en muchos países la sexualidad que se incluida bajo las
siglas LGTBI está prohibida, debemos preservar esa conquista, ese logro, ese
ámbito de libertad que supone la bandera arco iris. Todos y todas debemos
sentirnos representados por ella. Es la bandera de la igualdad, de la
tolerancia, del amor. De un amor libre y sin prejuicios, sin cortapisas, sin
ataduras, sin limites. Es la bandera del amor en libertad.
Entre todos y todas contribuyamos a que las hogueras de la intolerancia,
que aún existen, vayan desapareciendo poco a poco. Sólo así, todos nos
sentiremos libres, para pensar, amar y sentir.