El tiempo pasa veloz. Tempus
fugit, que diría el clásico. Y ya hace un año que me falta el amigo. Es
de justicia que reverdezca el recuerdo. Lo escribí para tu libro “Con la soga
al cuello”, hoy lo transcribo aquí como homenaje al actor, al escritor y, sobre
todo, al gran amigo que fue. Pude despedirme de él unas semanas antes de su
fallecimiento en un día soleado en Vejer donde hicimos planes de nuevas
ediciones, de nuevos proyectos, sin saber que a vuelta de unos días le esperaba
la muerte. Ahora lo hago con el Epílogo que me pidió para un libro suyo:
«Epílogo, me pides,
que le ponga a tu libro, “que en mi vida me he visto en tal aprieto”. Dicen que
es colofón, cierre final o recapitulación de un texto. ¡Qué atrevimiento el mío
al aceptar empresa tan difícil! Soy yo quien se encuentra con la soga al
cuello. Pero si ya tiene epilogo este libro. Lo hace al final Martín, tu
personaje, en medio del atronador ruido de sirenas que precede a la caída del
telón. “Las palabras siempre vencieron a las balas”. Y en su intención, que es
la tuya, queda prendida la frase a este lado del telón paseándose por el patio
de butacas, trepando por el anfiteatro y saliendo a la calle por la puerta. Esa
celebración de la palabra que es el teatro, proclama, celebra, denuncia, mueve
y remueve, agita, se cuela en las reflexiones de los espectadores y se queda prendida
en sus conciencias, como semilla viva dispuesta a romper la dura capa de
terreno que quiere sepultarla, y brota verde y espigada, para transformarse en
tallo, flor y fruto.
Así nació el teatro, o
para eso lo hizo. Lo conoces de sobras después de tantos años sobre las tablas,
poniendo voz y gesto a los clásicos antiguos y más nuevos, a los modernos, a todos
los que tuvieron fe y se atrevieron. Fue catarsis, denuncia, diversión, ironía,
y hasta auto sacramental. Hasta que la pandilla de cuarenta ladrones de Alí
Babá quisieron hacer plano el pensamiento para mejor manipularlo y emitieron
sentencia condenando al teatro porque abonaba y sacudía el arma más potente de
los hombres: el pensamiento.
De hecho, la palabra teatro viene del griego theatron, que significa lugar
donde se mira o se contempla, y de la palabra drama, que también viene del
griego (δρᾶμα), y quiere decir acción. Una acción que se contempla y que
produce una mímesis (μίμησις, del verbo μιμεῖσθαι, imitar) y una catarsis
(κάθαρσις, purificación). Peligrosa conjunción de acciones y potente resorte
para remover conciencias. Afortunadamente en estos “terribles tiempos oscuros,
en que vivir es un reto”, como expresas en uno de los poemas de tu libro
“Romance de locos, coplas de ciegos”, tú has decidido aceptar el reto y seguir
proclamando la palabra, como lo hiciste en tu anterior obra dramática “Me llamo
Jonás”. “Con la soga al cuello” sigue proclamando la palabra, denunciando el
tiempo gris que nos consume, lo representa y proclama, y remueve una conciencia
anestesiada que huye de las preguntas, que se evade por vericuetos turbios, que
se atiborra de nadas indecentes y estériles, que mata el tiempo mirándose el
ombligo, cuando no lo hace asomándose al vacío y “cantándole a la luna” y
empamplinándose con el “canto de los grillos”.
Este libro es otra de tus formas de salir a la calle y dar valor a la palabra,
de sacarla a las plazas, a los pórticos de la iglesias, a los lugares donde
está la gente, como fue en otro tiempo, como se ejerció la profesión de cómico,
que tú ejerces tan bien, con una vocación que es imprescindible y sin la que lo
más probable es convertirse en esas pantomimas que salen en la tele sin la
menor preparación y con la única convicción de codearse con todo el famoseo
insulso y que para no saber, no saben ni leer, ¡que ya es delito!
Muchos agradecemos que hayas vuelto a tomar la palabra y a blandirla para ganar
una batalla, convencido –como el Martín de tu obra- que éstas “vencieron
siempre a las balas”. Son ellas esa arma “cargada de futuro”, como diría
Celaya. Te imagino, conviviendo con ellas, trabajando con ellas, proclamándolas
desde las esquinas a los cuatro vientos. Y haciendo como Neruda proclamaba en
“Confieso que he vivido”. “Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las
atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento
cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como
algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las
bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como
estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como
restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea
entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se
sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le
obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo
que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto trasmigrar de
patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el
féretro escondido y en la flor apenas comenzada”.
Y tú tienes además el arte de resucitarlas, de serles fiel, de proclamarlas, de
no traicionarlas y de gastar tu vida en este empeño.
Cae el telón, y esa semilla recién arrojada desde el proscenio ya no es tuya y
sale a la calle alojada en nosotros para germinar en miles de jardines. Esta
vez las arrojas también desde este libro. Y esta vez el telón no se resigna a
caer y sigue abierto. Se lo llevaron todo, como te he oído decir muchas veces,
pero, como Pablo Neruda afirmaba, “nos dejaron las palabras”.»
Hoy 30 de marzo de 2017: De ti nos han dejado tantas cosas y el vacío se me
llena con tu recuerdo. Tantos paseos por Jerez contigo, llenando la
conversación de sabiduría y de esa honestidad intelectual que tanto me enseñó