Todos los días asistimos, y cada vez con menos asombro, al deterioro del
patrimonio que conforma nuestro acerbo cultural. Se caen edificios, se derriban
otros, se manipulan estructuras urbanas, se deterioran o se dejan deteriorar,
elementos urbanos que deberían ser el orgullo de todo pueblo.
En el fondo el problema es de educación. Si a todo niño o niña, en la
escuela, en el colegio, en el instituto, se le hiciera comprender, al mismo
tiempo que se le enseña a leer, a escribir, a contar, y con en el mismo nivel
de necesidad, lo que significa la importancia del patrimonio, lo mismo que el niño
o niña que ha aprendido a escribir, no puede dejar de saber hacerlo, tampoco
sería posible que ese pequeño despreciara o destruyera el patrimonio, porque
sería algo que consideraría como suyo, como su segunda piel. Pero
desgraciadamente no ocurre eso. El conocimiento del Patrimonio, su defensa, no
está contemplado con la intensidad necesaria. Si así fuera no existiría la
falta de sensibilidad con que se trata el tema.
No es solamente esta falta de sensibilidad por parte de una sociedad, que
se puede aducir que carece de conocimientos. Se trata de la incuria, desidia y
abandono con que las autoridades tratan el tema. El patrimonio no es rentable,
y cuando hablamos de rentabilidad estamos hablando en votos. ¿Por qué se
desprecia lo que es la herencia cultural de un pueblo? Probablemente porque ese
mismo pueblo, por la educación recibida, considera que ese patrimonio, esos
edificios, esos bienes, no le pertenecen, se consideran ajenos a ellos, como
parte de un legado perteneciente a una sociedad de elite, a la que no se siente
ligado. Ahí es donde radica el problema. En no hacerle comprender que el
patrimonio es de todos y todas, que no es de una élite, de una casta aparte.
Las autoridades contribuyen igualmente a esa desidia. La ciudadanía ve,
impasible, como los edificios mas emblemáticos de la ciudad se van
deteriorando, empobreciéndose, desapareciendo, sin que los responsables hagan
nada, no muevan un dedo, porque, como hemos dicho, no da votos, no es rentable.
Y ahí está el error, el patrimonio ha de ser rentable.
No se puede considerar el patrimonio, los bienes culturales, como un
resto muerto del pasado. Hay que considerarlo como algo, que viniendo del
pasado ha llegado hasta nosotros para enseñarnos una parte de nuestra historia,
como nuestra memoria, y al mismo tiempo para que nos valgamos de ellos. Un
edificio cerrado, puede ser muy bello, pero estará muerto. El edificio ha de
estar abierto y vivo. Sólo así sobrevivirá a su propio deterioro, pero al mismo
tiempo dará puestos de trabajo y generará riqueza. Sólo hay que tener la
intención política de saber aprovecharlo.
Las autoridades esperan que declaren cada uno de los bienes, Patrimonio
de la Humanidad, así ellos podrían apuntarse el tanto, institucionalizar esa
parte del Patrimonio y dejar que muriera de gloria. Eso sí, con una placa que
dijera que se había logrado tamaño honor bajo el mandato del político de turno.
Corren malos tiempos para la defensa del Patrimonio. Debería haber una
sensibilización en la ciudadanía que exigiera a los responsables culturales de
la política que se implicaran activamente. Por cada una de las piezas, de las
obras que cada año, cada día se pierden, los políticos responsables deberían
dar cuenta de su gestión, y exigirles responsabilidades, no tan sólo políticas,
que en este país no se estila, sino penales.
Es su responsabilidad. No lo
olviden, señores políticos.