En la Cartuja de la Defensión, situada a las afueras de Jerez, (magnífico
monumento al que tan sólo hay que reprochar que no se le pueda visitar debido a
la clausura de la monjas de Belén, y a pesar de ser un edificio de titularidad
publica) el imponente refectorio, obra del siglo XVI, se halla presidido por un
maravilloso púlpito, también renacentista, que se encuentra totalmente
recubierto de las consabidas alegorías morales, alusivas a la naturaleza del
cartujo. Es sabido que la comida de los monjes, que los días de semana realizan
solos en su celda, en los días festivos se reúnen para llevarla a cabo en comunidad, aunque lo hacen en
completo silencio, sólo interrumpido por las lecturas sagradas que se realizan
desde el púlpito. Este, como no podía ser de otra forma, manda un mensaje por
medio de sus relieves, alusivos a los peligros de los diversos vicios en que
pueden caer los monjes, si se dejan llevar por su naturaleza humana. Si el
monje, distraído de la lectura levanta la cabeza de su magra comida, su vista
se encuentra con los vicios que su falta de atención le puede ocasionar, y sus
consecuencias para su alma pecadora.
Uno de estos vicios es el de la pereza, el cual se halla representado por
medio de un hombre joven, desnudo, que mira hacia arriba en un gesto de
sorpresa. Lo más llamativo es que una de sus piernas, la derecha, es levantada
del suelo con la ayuda de una cuerda, ante la falta de ánimo, o tal vez fuerza
del personaje.
Dejando aparte las connotaciones morales de la iglesia católica, que hace
de la pereza el elemento propicio para la caída en el pecado, quisiera
reflexionar sobre la pereza en que parece que hemos caído en este país. Todos y
todas sabemos lo maravilloso que es, en algunas ocasiones, el dedicarnos al dolce far niente. El no hacer nada,
voluntariamente, dejar pasar el tiempo, y contemplar el paso de la vida. Lo
cual es maravilloso. Pero otra cosa bien distinta es la pereza que parece
impregnar la vida del país. Cada día pasan acontecimientos más graves y parece
ser que todo el mundo está aletargado en un sopor próximo a la muerte. No
importa que los que roban no vayan a la cárcel, pero que tampoco devuelvan lo
robado, no importa que los sindicalistas sí estén en la cárcel cumpliendo
condena sin tan siquiera la posibilidad del tercer grado. No importa que a los
condenados por robo a gran escala el fiscal no pida penas de prisión, por el
arraigo en el país, y a los desahuciados los echen de sus casas y continúen
debiendo la deuda contraída por unos intereses abusivos. No importa que cada
día la sociedad se vuelva más y más intolerante, y que asociaciones como Hazte oir reciban dinero público para
propagar el odio hacia las personas transexuales. Parece que esto se hace
porque en España hay libertad de expresión, pero en cambio, que en el carnaval
canario la dragg ganadora lo hiciera con un número alusivo a la religión,
vestida de virgen y crucificado, esto parece ser que es ofensivo. Aquí no hay
libertad de expresión, sino un ataque a las creencias de una parte de la población,
en un estado supuestamente aconfesional.
Y ante todo permanecemos callados, quietos, nos da pereza hablar, nos da
pereza actuar. Pero lo más dramático, lo más grave, es que según las últimas
encuestas, caso de haber elecciones ahora, los conservadores rozarían la
mayoría absoluta. Es que da pereza cambiar el voto. Estos lo hacen mal, pero es
que si cambiamos de voto…, más vale dejarlo como estamos.
Estamos en la cultura del miedo. Miedo a hablar, miedo a actuar, miedo a
cambiar. Miedo.
Miedo ¿a qué? ¿Podemos ir peor?
Nos dicen que estamos saliendo de la crisis. Puede ser. ¿Pero, a qué
precio? Los salarios se han devaluado. Cada vez la clase media es más pequeña y
tiene menos poder adquisitivo. Por el contrario, el 1% de la clase poderosa,
cada vez tiene más dinero, a costa del 99% restante.
Habría que cambiarlo, pero es que da tanta pereza…