Ahora es el momento. Disfrutemos del aprecio que nos tienen nuestros ínclitos políticos. Ellos acostumbran a mirarse el ombligo pero, cuando llegan comicios, ponen a toda mecha la maquinaria de la propaganda. La fábrica de churros, o sea, promesas electorales, echa humo. Es un bombardeo diario con el propósito de engatusar a los incautos, embaucar a los cándidos y engañar a discreción. La clase política es necesaria, tal y como hemos concebido el gobierno de las sociedades modernas democráticas, pero que sea necesaria no significa que sea admirable; muy al contrario: el repudio de la sociedad hacia los políticos no deja de aumentar. El descrédito se lo han ganado a pulso nuestros políticos contemporáneos.
La sensación del ciudadano a menudo le hace pensar que los políticos, de uno y otro signo —todos— viven en una burbuja al margen de la sociedad o, incluso, de espaldas a ella. Los profesionales de la política protagonizan en su día a día un teatrillo en varios escenarios y se arrogan la importancia de ser representantes de la soberanía nacional, un trabajo ilustre que les dignifica y les convierte en seres prácticamente intocables. Las felonías que, a menudo, cometen políticos son muy difíciles de sustanciar con los llamados aforamientos, una protección jurídica que, en ocasiones, sirve de oportuno parapeto.
'Mamá quiero ser político' es un fantástico libro escrito con fina ironía y atinado sarcasmo por Gabriel Cruz y Sandra Mir, dos periodistas de raza, de los pocos buenos que se pueden encontrar hoy en suelo patrio. La lectura es muy recomendable, pero ya le adelanto que se le va a poner cara de mala leche. El subtítulo del libro previene del contenido. Reza así: "Cómo tener la vida solucionada durante cuatro años, sin idiomas, ni estudios, ni experiencia profesional". El trabajo está trufado de hechos reales, corruptelas variopintas, todas ellas contrastadas y que revelan la baja calidad de nuestra clase política.
No podemos hacer tabla rasa y poner a todo político en el disparadero porque alguno habrá que dignifique la palabra, pero un grano no hace granero y lo que abunda, por desgracia, es el manoseo despiadado de lo público en aras del bien común. Todo este preámbulo es para advertirle de que, quizá, debiera ponerse unos auriculares con filtro para escuchar con tiento la sarta de promesas que estos días vierten las boquitas de los prohombres y promujeres de Estado; soflamas populistas rodeadas de palmeros cuya visión –siempre tras "¡oh, amado líder!"– provoca nauseas. El arte de la política es el de mentir, a veces hasta con descaro. La campaña electoral para las municipales y autonómicas, como todas las campañas, está inundada de comparecencias mitineras y promesas que aseguran ser la solución a problemas sociales de importancia como la vivienda o el coste de la vida. No son comicios generales, pero los líderes están prometiendo en clave nacional porque entienden que el resultado de estas elecciones puede condicionar notablemente la cita con las urnas el próximo mes de diciembre.
Por favor, no se deje engañar por cantos de sirena y no dé crédito al populismo y a la demagogia, que son recursos muy habituales entre nuestros políticos, todos sin distinción. Si decide votar, aunque sea tapándose la nariz, piense en el mal menor porque ninguna oferta parece hoy digna de ser aplaudida. También tiene la opción de resistirse a participar en el "juego de la democracia" o mejor dicho "partidocracia" y, así, entrar a formar parte de la legión de desencantados con el sistema. Los abstencionistas, si fueran muchos, tal vez pondrían en solfa la legitimidad del sistema; pero ese "tal vez" me temo que no es más que un deseo que pedir a Aladino, el genio de la lámpara.
La solución a los problemas de nuestra sociedad no la va a aportar ningún líder de medio pelo como los actuales. Las promesas vacuas, sin contenido ni sustancia, son sólo un reclamo fácil para movilizar a un electorado a veces cautivo del Estado, a veces ideologizado, a veces comprado con dádivas (bonos culturales, por ejemplo) o a veces, simplemente, un electorado ignorante. El circo de la política y de los políticos es un espectáculo miserable que cada día causa más y más rechazo social. No olvide estos días de mítines, eslóganes y promesas que los políticos son como los malos actores a los que no te crees por mucho que se empeñen y por muy guapos que sean.
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