Presas de la paranoia. Así creo que nos sentimos muchos ciudadanos con la pandemia del demonio y con las arbitrariedades de gobernantes obtusos, ignorantes e incapaces. Los medios de comunicación, a menudo, colaboran al desconcierto general. Las tragedias y las malas noticias, ya se sabe, siempre venden. La pandemia infinita es pólvora inagotable para seguir mareando al personal. Parecía que el virus había perdido fuelle, pero una nueva variante, cepa o mutación —lo que han venido en denominar "Ómicron"— vuelve a ser leña para la hoguera del miedo.
En algunos países andan manifestándose contra la restricción de libertades individuales. Enseguida se descalifica a estos ciudadanos revoltosos llamándoles negacionistas. Este descalificativo es un comodín básico de quienes se dejan llevar por el paso que marcan los excelsos gobernantes de la vieja Europa. La pandemia está mostrando modelos de gobierno totalitarios que parecen recrear sociedades distópicas que quedan mejor en películas de ciencia ficción.
Una vacuna siempre debe ser una opción voluntaria y no impuesta. Cada sujeto debe ser dueño de su vida y no se puede arrollar la libertad individual en aras del bien común y de la salud pública. Las vacunas contra este bicho se han elaborado en tiempo récord y, algunas de ellas, basándose en el llamado ARN mensajero, un proceso novedoso. Es comprensible que haya personas que desconfíen de estas vacunas. Y es respetable su posición, que no les convierte, automáticamente, en seres de segunda categoría. ¿Qué es eso de discriminar a los no vacunados e, incluso directamente, criminalizarles? Allá cada cuál con el riesgo que asuma. También los vacunados asumimos el riesgo de inyectarnos una vacuna escasamente testada cuyos efectos a largo plazo son una verdadera incógnita.
En algunos países europeos se va a imponer la obligatoriedad de la vacuna. Los recalcitrantes que se nieguen al pinchazo se someterán al aislamiento social y a las multas económicas. ¿Pero qué majadería es esta? Los niños, que cursan mayoritariamente la enfermedad de forma leve o asintomática, también serán vacunados por cojones. Nos contaron que la inmunidad de grupo se conseguiría con el 70% de la población vacunada… ¡estamos por encima del 90% y los contagios continúan! Claro. La vacuna no inmuniza ni impide la infección ni la transmisión. Lo que hace la inyección es que la enfermedad no se desate en su versión más grave; por lo tanto, seamos conscientes de que el virus este del Covid —o la Covid, nunca tengo claro cómo decirlo— ha llegado para quedarse y formar parte de esa colección de microorganismos que anidan en la naturaleza y que integran la vida. Virus y bacterias son los enemigos microscópicos de todo ser humano o animal, un ejército invisible que a veces puede llegar a ser mortal.
El llamado "pasaporte sanitario" es el último invento discriminatorio para aislar y señalar a los no vacunados. En varias comunidades autónomas ya se ha impuesto la medida gracias al visto bueno de los Tribunales Superiores de Justicia; así que, en todos los lugares cerrados de acceso público —como un bar de barrio, por ejemplo— se tendrá que enseñar la tarjeta verde que dice que el personal está fetén. Habrá que exhibir la cartilla para avalar la salud presunta porque estar vacunado no supone que no estés infectado y que puedas transmitir la enfermedad.
Todo es un despropósito. Asistimos a una psicosis colectiva por entregas. Nunca pude imaginar que viviría una realidad como la actual. Imagino que usted, como yo, lo único que quiere es volver a vivir con normalidad la vida corriente. ¡Qué difícil se está haciendo retornar a lo cotidiano sin asistir día tras día a nuevos sobresaltos! La vida, ya de por sí, es incierta, pero se agradecería que los que mandan no contribuyeran constantemente al desasosiego y la angustia. Se les paga, justamente, para lo contrario.
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