Racismo y deporte

09/08/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Ser deportista de élite es un trabajo ímprobo. Para llegar a lo más alto y competir al máximo nivel planetario —amén de unas condiciones físicas determinadas y, posiblemente, privilegiadas— hay que entrenar, entrenar y entrenar hasta el hartazgo… como todo en la vida, ¿no? La maestría y la destreza se consiguen con la práctica continuada y el esfuerzo contumaz y perseverante. 

Alcanzar la notoriedad pública gracias a tus aptitudes atléticas está bien, pero ser un portento físico y un ejemplo de esfuerzo no presupone más cualidades. Todo el mundo tiene derecho a opinar y a expresar su parecer sobre lo que le dé la real gana, faltaría más. Pero el ojo olímpico convierte, de pronto, a alguien como Ana Peleteiro en protagonista y, entonces, su opinión —muy legítima— trasciende. La extraordinaria atleta, quizá, debió haber saltado dialécticamente tan bien como en el tartán, y así habría evitado convertirse en diana contra la que disparan flechas. 

Desconozco con certeza el previo de su respuesta tras conseguir una medalla de bronce junto a otro atleta (Ray Zapata, medalla de plata en gimnasia deportiva y, también, de raza negra como ella). Parece que la referencia tuvo que ver con emplear el término «de color» en lugar de «negro». Este eufemismo es un invento de idiotas que temen ofender por llamar al pan, pan y al vino, vino; así que Peleteiro corrigió al políticamente correcto periodista diciendo que no eran de color, sino negros, y se despachó a continuación con un «puede que a muchos les joda que seamos negros».  Y de esa forma se montó el pifostio. El moderno circo romano de varias pistas que hoy componen las redes sociales tardó poco en arder en un fuego cruzado desatado, como siempre, por bandos enfrentados (ya sabe: la España de derecha e izquierda, rojos y azules o, en este caso, blancos y negros): por un lado, los que apoyaban a Peleteiro por su mensaje antirracista —que, además, fue utilizado de inmediato ideológicamente como arma política por algún expoliticucho de tres al cuarto que ni siquiera merece mención—; por otro lado, quienes consideraron la intervención de la deportista desafortunada y completamente gratuita.

El racismo es un problema real hoy, como lo es la discriminación por cuestiones raciales, sexuales, religiosas o discapacidades físicas/intelectuales. Existe desde que el mundo es mundo, desde que el ser humano se irguió sobre los pies. Los hombres y las mujeres deberíamos ser siempre iguales en derechos, oportunidades y obligaciones sin distinción alguna. Y aún queda trabajo por hacer, es evidente, porque de gilipollas vamos también despachados; pero también es cierto que se ha avanzado mucho y, en nuestro trágico país, el tema racial no parece que sea una cuestión de Estado. La integración racial y cultural se manifiesta en barrios como Lavapiés en Madrid, un verdadero crisol en el que la convivencia vecinal es, por lo general, plácida y tolerante. El mundo del deporte, posiblemente además, tenga una característica integradora formidable porque convierte a sus estrellas en focos de admiración general.

Sinceramente, creo que deben ser pocos (y no «muchos», como dice Peleteiro) los que no se alegren de que deportistas negros ganen medallas para España. Hay antecedentes negros con deportistas como, por citar algunos, el jugador de baloncesto de los ochenta Chicho Sibilio o, más recientemente, la saltadora de origen cubano Niurka Montalvo.

Y hay más ejemplos extraordinarios: un atleta cuyo padre llegó en patera y se afianzó en Mula, provincia de Murcia, hoy corre orgulloso con la camiseta de España y es una firme promesa del atletismo español; se llama Mohamed Katir, tiene 23 años y nació en Marruecos. No es negro, pero sí bastante moreno, y corre cual gacela en la sabana. 

La negritud de los deportistas de élite es un valor, además, en sí mismo. Seguramente, será cosa de la genética y de la biología; así, los negros son los mejores en muchas disciplinas como el atletismo de fondo y de velocidad, y provocan la admiración general de quienes asistimos, incrédulos, a sus proezas. Creo que para muchos el debate racial es un invento que no favorece más que a quienes mantienen discursos radicales y extremos. Confío en que la mayoría no esté en esas. ¡Y que viva el negro, un color fantástico!

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