Tiempos convulsos e inciertos. Tiempos en los que la confianza en el futuro es exigua. Vivimos tiempos insólitos. Pero nada nuevo, créame, en la historia de la humanidad. Porque esa historia está trufada de hechos, circunstancias y coyunturas que, en su momento, sobrecogerían sin duda a quienes los vivieran. Lo único que ha cambiado es la globalidad, la interconexión y la sobreinformación.
Leer libros de historia es muy enriquecedor. Nos retrotrae a otras épocas en un ejercicio retrospectivo muy aleccionador. Se debería aprender de la historia pasada. Pero vemos cómo el ser humano es, por naturaleza, incisivo e insistente en el error.
La gran pandemia de comienzos del Siglo XX, la mal llamada gripe española (que se conociera así tuvo que ver más con intereses políticos que con la realidad) parece ser la referencia obligada para asomarnos a la actual crisis sanitaria mundial. Aquel virus se llevó por delante unos 50 millones de almas en todo el planeta (aunque algunas fuentes indican hasta 100 millones), por aquel entonces habitado por alrededor de 1.700 millones de personas. En España según la hemeroteca se contagiaron 8 millones de personas (la población rondaba los 20 millones) y fallecieron unas 200 mil. Es decir, un 40% de la población se contagió. Los medios sanitarios de entonces poco tenían que ver con los actuales. Nada de vacunas ni antibióticos que no llegaron para luchar contra las bacterias hasta el descubrimiento de la penicilina por Fleming en 1928. Muchos murieron por infecciones bacterianas tras ser víctimas del virus.
La gripe terminó casi como llegó. Cuando la inmunidad colectiva tomó cuerpo y la infección fue cayendo hasta ser desdeñable.
¿Se imagina cómo vivió la población mundial esa formidable amenaza invisible? La mentalidad social, la educación y el acceso a la información eran muy diferentes a los de hoy. El terror debió ser enorme. Pero la gente salió adelante. Y la crisis se superó. Luego llegarían más hitos para convertir el siglo veinte en una centuria trágica y muy convulsa.
Hoy estamos como estamos. En medio de otra pandemia que nadie vio venir. Con origen incierto que favorece teorías de la conspiración. Con muchas incógnitas sobre su desarrollo y evolución (a día de hoy la transmisión del virus sigue dando pie a múltiples teorías). Y en una sociedad de la información que vive la globalización sin fronteras donde el control epidémico se antoja imposible.
Vivimos ahora como pollos sin cabeza, sometidos al albur de unos dirigentes que están perdidos y que demuestran, de continuo, una incapacidad que raya en la estupidez. Nos ha tocado vivir esta guerra biológica contra un bicho microscópico que solo quiere mutiplicarse. Los microorganismos son naturales como la vida. Han estado, están y seguirán estando. Y lo seres humanos, que sin duda somos la mayor amenaza para el planeta tierra, no podemos vivir de espaldas a la naturaleza en burbujas asépticas aisladas. Hay que asumir nuestra fragilidad vital pero vivir sin miedo, un virus casi peor que el COVID-19. Y apelar al instinto de supervivencia, ese que el ser humano tiene grabado en su ADN. Que nadie espere salvavidas públicos al rescate. En esta crisis sanitaria, social y económica mundial, como en el Titanic, hay que gritar: "¡Sálvese quien pueda!".
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