Este tinglado se cae a pedazos. El barco de nuestro
sistema político hace aguas por todas partes. Cuando no es Pepe es Juan y
cuando no Luis. Diariamente se nos viene encima una tormenta que se lleva por
delante a más de uno. Se trata de apuntalar el muro medio derrumbado para que
aguante el edificio, los cafres disimulan, miran para otro lado, dan lecciones
de honestidad hoy para tener que esconderse de vergüenza mañana y a uno se le abren
las carnes cuando ve tanto chorizo emboscado llenándose la boca de grandes
ideales democráticos.
¡Vaya semanita que llevamos! Da miedo acercarse a la
tele porque echa chispas y no merece la pena llevarse un calambrazo. La
alfombra se va levantando poco a poco y aparecen en ella los presuntos
protagonistas embarrados y sucios. Y es como una maldita plaga que no deja
títeres con cabeza. Y unos y otros, los contrincantes a los sillones del poder,
aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, para llevarse las manos a la
cabeza en un ejercicio de cinismo meneando la sartén a ver si saltan los fritos
por el aire.
Y ahora se destapa la manta del presunto pasteleo
entre los poderes del Estado por parte siempre de unos indecentes del poder
político y la presunta colaboración del otros elementos del judicial para
esconder lo intolerable debajo de la alfombra. Es la insufrible manera de
cargarse de un plumazo la democracia auténtica, no el trampantojo que quiere
hacernos creer que aquí todo marcha viento en popa. Cuando los poderes, los
tres poderes que componen un estado de derecho trapichean, no estamos haciendo
más que cargarnos la democracia, y todo porque unos chorizos ya cazados,
algunos presuntos chorizos por cazar, y otras gentes que nos toman el pelo con
grandilocuentes frases desde los escaños políticos, no terminan de saciares a
nuestra costa.
Conviene no olvidar la advertencia de Montesquieu: «Cuando
los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o
corporación, entonces no hay libertad, porque es de temer que el monarca o el
senado hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo.
«Así sucede
también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del
ejecutivo. Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de
los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y,
estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la
fuerza misma que un agresor.
«En el Estado
en que un hombre solo, o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del
pueblo administrase los tres poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes,
de ejecutar las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de
los particulares, todo se perdería enteramente.».
Aviso para navegantes: “todo se perdería
enteramente”. Frenar este revoltijo presuntamente criminal y bastardo no es
sólo un deber ciudadano, sino una necesidad vital para evitar que se nos vaya
al traste el Estado de Derecho.