Quiero comenzar mostrando mi más absoluto respeto por las creencias tanto
religiosas como de cualquier otra índole de todas las personas. No entra en mi
mentalidad ni en mi ideología el polemizar acerca de la fe de cada cual.
Aclarada esta imprescindible cuestión previa, y una vez pasada la Semana Santa,
como todos los años me asaltan algunas dudas acerca de un fenómeno, que en su
origen debió de ser religioso.
La Semana Santa, tal como la concebimos en España me parece un
espectáculo absolutamente fascinante, pleno de colorido, plasticidad, y
sensualidad. La fiesta, como tal, tiene su origen tras el Concilio de Trento,
cuando la Iglesia Católica considera necesario, frente a la Reforma
protestante, hacer hincapié en el uso de las imágenes como ejemplo aleccionador
y como modelo de comportamiento para un pueblo, analfabeto en su gran mayoría,
al cual se ha de instruir por medio de lo que San Gregorio, mucho tiempo antrás
había definido como el catecismo de los ignorantes, refiriéndose a las
imágenes. Estas, en unas fechas tan señaladas como son las del recuerdo de la
Pasión de Cristo, salen a la calle, en un afán de acercarse a aquellos que,
renuentes ante el hecho religioso, precisan que las imágenes salgan a su paso,
a fin de llamarlo a la oración y el arrepentimiento. Es en este sentido que en
las distintas cofradías que se organizan, muchas de ellas gremiales, se da
cabida a aquellos que de forma anónima, (de ahí el uso del capirote) quieren
hacer penitencia por sus pecados.
Lo que comenzó siendo una puesta en escena de cara a la penitencia del
pueblo, ahora, mucho tiempo más tarde, se ha convertido en todo un espectáculo
de masas con una indudable importancia económica debido a la parafernalia con
que se monta y, sobre todo, al gran numero de turistas que atrae. Se crean
multitud de efímeros puestos de trabajo que durante unos días alivian la
maltrecha economía del pueblo trabajador, al tiempo que debido al boato y
características que ha adquirido esta fiesta, también origina unos importantes
gastos en esa misma clase trabajadora.
Lo cierto es que esta fiesta atrae multitudes, muy difíciles de controlar,
como ha sido el caso de la madrugá sevillana, en la cual se han repetido, como
hace años, escenas de pánico. Cabe preguntarse a quien favorece esto. No me
creo que hayan sido unos delincuentes habituales como nos han dicho. No había
ningún beneficio económico que obtener, que es lo que se supone que un
delincuente pretende obtener. A no ser que hayan sido pagados por alguien. (Aparte
de que las detenciones e produjeron antes de suceder los hechos). Tal vez la
madrugá haya llegado a un límite en el cual no se puede salvaguardar la
seguridad de esa gran masa de población, y se esté intentando reconducir, vía
necesidad, las excesivas aglomeraciones hacia un espectáculo más fácilmente
controlable, de cara a la seguridad ciudadana. Habrá que esperar a próximas
madrugás para ver hacia donde evoluciona este hecho, cuyas características no
está nada claro.
Comparando esta fiesta brillante, rutilante y multitudinaria con otras
manifestaciones religiosas, se puede comprobar como la diferencia es abismal.
En Évora, una importante ciudad del Alentejo portugués, pude asistir a la única
procesión que tiene lugar en la Semana Santa,. En la noche del Viernes Santo,
procesionan tres pequeñas imágenes, sobre pequeñas andas portadas por cuatro
personas: San Juan, la Virgen y el Santo Entierro. Junto al pequeño paso de
Cristo muerto, varios hombres y mujeres, cubiertos con capas adornadas con la
enseña de los Caballeros del Santo Sepulcro, acompañan la imagen, seguidos de
una banda de música interpretando música religiosa. Junto a ellos, toda una
muchedumbre, miles de hombres, mujeres y niños, en el más absoluto silencio y
respeto, la mayoría rezando en silencio, acompañan la procesión, presidida por
el obispo y el Cabildo catedralicio.
No hay lujo, no hay ostentación, no hay ningún tipo de parafernalia. Sólo
la fe de un pueblo, que quiere mostrarla de esta forma. No es comparable con
los grandes espectáculos a los que estamos acostumbrados, y tampoco estoy
cuestionado nada. Sólo me pregunto en qué momento lo que comenzó siendo un acto
de penitencia y recogimiento pasó a ser una fiesta, plena de luz, colorido,
plasticidad y sensualidad.