Fernando Blanco, el padre de la niña Nadia Nerea, permanece en prisión
desde el pasado viernes, acusado de presunta estafa, por haber utilizado,
presuntamente, la enfermedad de su hija para conseguir dinero de la solidaridad
de los bienintencionados y solidarios españoles, a fin de poder curar la
enfermedad de su hija, con lo cual recaudó la nada despreciable cifra de mas de
900.000 €, de los cuales se habría gastado la no menos despreciable cantidad de
600.000 € en relojes de lujo, hoteles, coches y otras bagatelas del mismo tono
y cariz.
Este
señor, del que parece ser que ni tan siquiera es el padre biológico de la niña,
ha utilizado el señuelo de una enfermedad rara de nombre difícil e
impronunciable, la tricotiodistrofia,
exagerando sus consecuencias, y anunciando una inminente muerte de la pequeña,
a fin de conseguir que el país se vuelque con el aparente sufrimiento de unos
padres, dispuestos a todo, con tal de no perder a su pequeña. Esto dice mucho
de los españoles en dos sentidos. Siempre hay un pícaro dispuesto a engañar al
prójimo en base a los sentimientos más altruistas, y que una buena parte de los
españoles y españolas, por muy dura que sea la crisis y muy mal que se esté
pasando, siempre está dispuesta a ayudar al prójimo más necesitado. Es evidente
que estas estafas, utilizando el dolor de los más pequeños y desfavorecidos,
hacen un gran daño a los que realmente lo necesitan, y deberían estar
castigadas con la máxima pena posible, no tanto por la estafa monetaria, que
también, pero sobre todo por el daño ético causado a la sociedad.
Una vez hecha esta primera
puntualización, nos gustaría reflexionar un momento sobre el cómo ha podido
llegar a una estafa de tal envergadura sin que nadie se diera cuenta.
Todos los medios de
comunicación, en mayor o menor medida, le han dado cobertura a la noticia.
Todos se han hecho eco del dolor de unos padres que habían recurrido a todos
los médicos más afamados del planeta con tal de salvar, o al menos prolongar la
vida de su hija al menos algún tiempo más. Se me ocurren algunas preguntas que
deben de estar en la primera página del libro de ética y deontología del
periodista. ¿nadie ha consultado a ningún médico especialista? Parece ser que
la enfermedad, aunque grave, no es mortal, ni se plantea que el enfermo pueda
tener una esperanza de vida excesivamente corta. Pero eso se sabe ahora, ¿por
qué no se consultó antes?
El señor Fernando Banco,
se sabe ahora que ya estuvo en la cárcel por estafa, por la cual fue condenado
a una pena de cinco años. ¿No se conocía esta información?
La niña, Nadia, se pasaba
más tiempo en los platós de televisión que en su colegio. ¿No estaba
escolarizada? ¿Los servicios sociales no tomaban cartas en el asunto? ¿Se puede
permitir la imagen de una niña todo el día en los medios de comunicación con el
único fin de hacer caja, aunque sea por la causa más solidaria del mundo? De
los miles de personas que hicieron sus aportaciones a la buena causa, hubo de
haber, forzosamente algún médico que viera la televisión, e incluso,
probablemente aportara una cantidad. ¿Cómo es que nadie dio la voz de alarma?
El padre de la niña dijo a
quien lo quisiera oír que llevó a la niña a todo el mundo, a los mejores
especialistas, cuando nunca salió de la Unión Europea, pero lo que resulta más
increíble es que dijera que la llevó a una cueva de Afganistán, país en guerra,
a un curandero, y que nadie intentara comprobar el hecho, por lo demás peligrosos
de llevar a una niña pequeña y enferma, donde el peligro de la guerra era muy
superior al de la supuesta o verdadera enfermedad.
Ahora, todos los medios de
comunicación lanzan sus dardos contra los padres desaprensivos que han
negociado con la salud y la vida de su hija. Nada más justo, pero también
habría que hacer una auténtica autocrítica. Nadie ha investigado, no porque no
se les haya ocurrido, lo cierto es que el dolor ajeno, sobre todo si es de una
niña débil y frágil da mucha audiencia. También los medios de comunicación han
utilizado a Nadia para hacer caja, aunque ahora todo el mundo se rasgue las
vestiduras. Si no se le hubiera dado tanta cancha a los desaprensivos padres no
tendríamos una estafa de este calibre. Aparte de un periodismo espectáculo ha
de haber, necesariamente un periodismo de investigación, previo, que garantice
la autenticidad de la noticia. Después ya se podrá pasar al espectáculo, pero
no antes.