El poder. Ese es el objetivo. A toda costa. Caiga quien caiga y pasando por encima de quien se oponga o se resista. El ser humano, desde que se irguió sobre dos piernas, siempre ha tenido querencia por el poder. Porque eso de mandar sobre los demás da mucho gusto; pensar que dominar, gobernar, regir te convierte en alguien especial, superior al resto. Y además luego llegan los caramelos como la pleitesía, la subordinación, los asesores, los pelotas aduladores y los coches oficiales. Y la capacidad para influir, qué maravilla, en la vida de la gente, esa muchedumbre siempre susceptible de ser manipulada para favorecer los intereses de quien manda o de quien aspira a mandar.
Sí. La política es la búsqueda permanente del poder, cuanto más mejor. Nunca es suficiente. La democracia occidental, con el sufragio universal, es la imperfecta herramienta para conseguirlo. Cada día son más los que reniegan del concepto actual de democracia y hablan de la abstención como método para deslegitimar un resultado electoral y cuestionar la manera en la que el pueblo es gobernado. Es una reflexión lógica teniendo en cuenta la deriva gubernamental de los países occidentales. Posiblemente, la humanidad en un futuro más o menos lejano, si es que no se extingue, se regirá de otras maneras. No estaremos allí para saberlo así que podemos elucubrar lo que queramos.
Lo que nos alumbra hoy es lo que podemos valorar. Asistimos a una degradación social continua que la pandemia ha acentuado. La crisis sanitaria, social, económica ha envilecido aún más la política occidental recortando derechos y libertades en aras de la salud pública. Estúpidas decisiones y normativas de obligado cumplimiento por la masa aborregada. Dos años después, algunos reaccionan, en Canadá, Bruselas o Francia y son vilipendiados y criminalizados por la masa adoctrinada por los gobiernos.
En España somos mucho de quejarnos amargamente en la barra del bar. Algunos utilizan una tribuna pública para mostrar su opinión. Hoy es fácil a través de las redes. Y yo, desde esta humilde ventana manifiesto mi desencanto y mi frustración con el panorama social y político que vivimos. Pero ¿qué se puede hacer para cambiar la deriva en la que nos encontramos? ¿Dejar de votar sería una solución? La verdad es que no se me ocurre la manera de transformar lo que hoy somos como sociedad. Como integrante de dicha sociedad me queda el pataleo y la crítica.
Esta tribuna es mi barra de bar. Y desde este lugar me gustaría denunciar la utilización interesada de la gente. No tenemos otra que votar y hemos convenido que cada cuatro años. Pero ocurre que si el político de turno, con sus sesudos análisis y estudios, considera que adelantar unos comicios le va a favorecer, tenemos convocatoria electoral. Lo hizo en Madrid la señora Ayuso con la premisa de que iba a ser presuntamente desalojada del poder por un posible contubernio traicionero. Le salió bien. Y ahora lo ha vuelto a hacer un compañero de partido, un tal Mañueco, con similar excusa. Los sondeos los carga el diablo y el tipo se dejó llevar por ellos aunque seguramente, sobre todo fue empujado por su líder, Pablo Casado, el eterno aspirante a político carismático. Las pretensiones de este tipo han llevado a su acólito regional a un callejón oscuro.
El resultado de las elecciones en la Comunidad de Castilla y León dibujan el escenario que la ciudadanía, aquella que se ha animado a votar a destiempo, ha querido. Un fiasco para el tacticismo del Partido Popular cuyos dirigentes nacionales pensaban en demostrar que ya hay un cambio de ciclo y que su asalto a la Moncloa es cosa hecha. Cosas del bipartidismo. Ah no, que esta película no es cosa de dos, que ya hay más abejas revoloteando en el panal. Y hay una cada día más gorda. La están cebando demonizándola constantemente. Tanto mentar al diablo y ya está a la puerta de las instituciones porque la gente, esa que es utilizada, mangoneada y manipulada a veces muestra así su rechazo. Lo llaman voto de castigo. Pero la descalificación permanente con el sello de ultraextrema derecha a una formación política legal no hace más que retratar malamente a quienes una y otra vez insisten en la necesidad de sacarles de la política, ese juego de intereses con el poder como único y gran objetivo.
A Mañueco se le torció el gesto la noche electoral. Una victoria amarga de incierto desenlace. No se sorprenda si la pandilla, de forma contumaz, se niega a encontrar un acuerdo de gobierno y vuelven a convocar elecciones para que así la gente vote y vote y vote hasta que el resultado sea el que convenga. La política es un necio juego que cada vez provoca más hastío y repulsión.
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